LAS BREVES PALABRAS - XX



MEDELLÍN-VALDERAS


Mis breves palabras de hoy parten de dos noticias que he leído en la prensa hace pocos días.

Una se refería a un concurso, organizado por el diario estadounidense The Wall Street Journal y por City Group, para elegir entre 200 ciudades participantes la más innovadora del mundo, premio que obtuvo la ciudad colombiana de Medellín, venciendo a otras dos finalistas, Nueva York y la capital de Israel, Tel Aviv.

La segunda noticia, comentaba la inminente quiebra económica del Ayuntamiento del antiguo pueblo de Valderas, situado al sur de la Provincia de León, que a causa de una mala gestión administrativa tiene una deuda de 4 millones de euros, la mayor per cápita relativa de España, a razón de 2 mil euros para cada uno de los 2 mil habitantes del Municipio.

Dos noticias, claramente opuestas en sus contenidos, acerca de dos lugares, muy distantes entre sí, que conozco personalmente.


 Medellín, Colombia

Medellín, fundada por españoles en 1675 es, después de Bogotá, la segunda ciudad en importancia de Colombia, por población (2 millones y medio de habitantes) y por desarrollo industrial, económico y cultural. Pero Medellín fue, entre finales de los años 70 y principios de los años 90 del siglo XX, una de las ciudades más peligrosas del mundo, fracturada por las diferencias sociales y dominada por el narcotráfico que generaba altísimos índices de violencia y criminalidad, siendo además la ciudad con mayor contaminación atmosférica de Colombia. Todo esto me consta, he recorrido sus calles y he percibido la enorme inseguridad de entonces.

Valderas, León, España

De Valderas se tiene constancia desde el siglo XII, y ya en el siglo XIII es capital de las Siete Villas que componían las Tierras de Campos situadas entre León, Zamora y Valladolid. Durante la Edad Media su feria fue una de las más importantes del reino de León, y a ella acudían mercaderes venidos de Francia y de Flandes.  La evolución económica y cultural de la villa continuó hasta la primera mitad del siglo XX, iniciándose entonces un lento declive poblacional a causa de la emigración hacia las grandes ciudades, propia de esa época en España. De todos modos, durante los veranos, continuó siendo lugar de segunda residencia de los habitantes del norte que buscaban y buscan climas más secos, y en 2008 el conjunto de la villa fue declarado Bien de Interés Cultural.  Como ya he dicho, conozco Valderas pues allí nació mi abuelo materno y de allí son mis bisabuelos, tatarabuelos y etcéteras inscriptos desde mediados del siglo XVI en los archivos correspondientes.

Y entonces me pregunto: ¿cómo ha podido recuperarse Medellín y cómo ha podido hundirse Valderas? Porque estoy hablando de una enorme y conflictiva ciudad con 2 millones y medio de habitantes, casi ingobernable, frente a una pequeña villa, habitualmente tranquila y sin mayores conflictos, con sólo 2 mil habitantes… ¿Dónde está el origen de ambos cambios?

Y la respuesta llega rápido: como las ciudades o las villas en sí, como entes físicos, no pueden ser responsables, los únicos responsables de lo bueno y lo malo que en ellas sucede son sus habitantes. Porque sólo una buena coordinación de voluntades y esfuerzos entre ciudadanos y autoridades pudo lograr que el aire de  Medellín se descontaminara, que la criminalidad disminuyera en un 80 por ciento, que las diferencias sociales vayan modificándose gracias a la construcción de infraestructuras para la sanidad, la educación y el deporte en las zonas más carenciadas y apartadas de la ciudad, unidas al centro urbano por adecuados medios de comunicación.

Por el contrario, sólo una mala gestión entre ciudadanos y autoridades, al tolerar aquellos la incapacidad de estos por indiferencia o por complicidad, puede provocar la quiebra de una pequeña comunidad que debería de administrarse con bastante facilidad, considerando que lo limitado de sus necesidades e intereses facilitaría una buena gestión pública.
No hay duda, los caseríos, las villas, los pueblos, las ciudades y las naciones no son responsables de los comportamientos de quienes los habitan, porque un pueblo, una ciudad o una villa son la suma y la consecuencia de la responsabilidad y el compromiso de los actos de sus ciudadanos.

El cambio debe producirse en cada uno de nosotros asociados en pos de una transformación válida para todos, sin excepciones, sin exclusiones. Con voluntad y energía, con mucha imaginación y creatividad, con generosidad y entrega podríamos reconstruir muchos Medellines y  muchas Valderas.  

  


El personaje que he elegido para destacar hoy, no tiene nombre propio y no es un personaje sino muchos anónimos.
Los podemos encontrar en lugares remotos o cercanos dispuestos a  dar al menos algo a quienes no tienen nada, sin pretender por su esfuerzo beneficios económicos. Son los voluntarios que colaboran con los que necesitan ayuda y compañía. Son los que se interesan realmente por los otros sin juzgarlos ni clasificarlos. Son los que sienten placer por comunicar, por transmitir, por aportar. Los que trabajan por las noches para que podamos dormir en paz. También los que sueñan o persiguen utopías, y los que imaginan y los que crean algo luminoso de la nada.
Ellos existen aunque no suelan hacer ruido ni aparezcan en las revistas del corazón, ni les preocupen los azares de la fama, ni las especulaciones bursátiles.
Los que trabajan en silencio, dan en silencio, aman en silencio.   


  


Eduardo Galeano

Los relatos breves de hoy son del comprometido escritor y periodista uruguayo EDUARDO GALEANO, nacido en Montevideo, Uruguay, en 1940. Autor, entre otros libros, de "Las venas abiertas de América Latina" (1971), "Memoria del fuego" (1982-86), "El libro de los abrazos" (1989), "Espejos" (2008).




LOS JUEGOS DEL TIEMPO


Dizquedicen que había una vez dos amigos que estaban contemplando un cuadro. La pintura, obra de quién sabe quién, venía de China. Era un campo de flores en tiempo de cosecha. Uno de los dos amigos, quién sabe por qué, tenía la vista clavada en una mujer, una de las muchas mujeres que en el cuadro recogían amapolas en sus canastas. Ella llevaba el pelo suelto, llovido sobre los hombros. 
Por fin ella le devolvió la mirada, dejó caer su canasta, extendió los brazos y, quién sabe cómo, se lo llevó. 
Él se dejó ir hacia quién sabe dónde, y con esa mujer pasó las noches y los días, quién sabe cuántos, hasta que un ventarrón lo arrancó de allí y lo devolvió a la sala donde su amigo seguía plantado ante el cuadro. 
Tan brevísima había sido aquella eternidad que el amigo ni se había dado cuenta de su ausencia. Y tampoco se había dado cuenta de que esa mujer, una de las muchas mujeres que en el cuadro recogían amapolas en sus canastas, llevaba, ahora, el pelo atado en la nuca. 





HISTORIA CLÍNICA


Informó que sufría taquicardia cada vez que lo veía, aunque fuera de lejos.
Declaró que se le secaban las glándulas salivales cuando él la miraba, aunque fuera de refilón. 
Admitió una hipersecreción de las glándulas sudoríparas cada vez que él le hablaba, aunque fuera para contestarle el saludo. 
Reconoció que padecía graves desequilibrios en la presión sanguínea cuando él la rozaba, aunque fuera por error.
Confesó que por él padecía mareos, que se le nublaba la visión, que se le aflojaban las rodillas. Que en los días no podía parar de decir bobadas y en las noches no conseguía dormir. 
–Fue hace mucho tiempo, doctor–dijo–. Yo nunca más sentí nada de eso.
El médico arqueó las cejas:
–¿Nunca más sintió nada de eso?
Y diagnosticó:
—Su caso es grave. 





LOS SIETE PECADOS CAPITALES


De rodillas en el confesionario, un arrepentido admitió que era culpable de avaricia, gula, lujuria, pereza, envidia, soberbia e ira:
Jamás me confesé. Yo no quería que ustedes, los curas, gozaran más que yo con mis pecados, y por avaricia me los guardé.
¿Gula? Desde la primera vez que la vi, confieso, el canibalismo no me pareció tan mal.
¿Se llama lujuria eso de entrar en alguien y perderse allí adentro y nunca más salir?
Esa mujer era lo único en el mundo que no me daba pereza.
Yo sentía envidia. Envidia de mí. Lo confieso.
Y confieso que después cometí la soberbia de creer que ella era yo.
Y quise romper ese espejo, loco de ira, cuando no me vi. 




LA INSTITUCIÓN CONYUGAL


El capitán Camilo Techera siempre andaba con Dios en la boca, buenos días si Dios quiere, hasta mañana si Dios quiere.
Cuando llegó al cuartel de artillería, descubrió que no había ni un solo soldado que estuviera casado como Dios manda y que vivían todos en pecado, retozando en promiscuidad como las bestias del campo.
Para acabar con aquel escándalo que ofendía al Señor, mandó llamar al sacerdote que oficiaba misa en la ciudad de Trinidad. En un solo día, el cura administró a los soldados de la tropa, cada cual con su cada cuala, el santísimo sacramento del matrimonio en nombre del capitán, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Todos los soldados fueron maridos desde aquel domingo.
El lunes, un soldado dijo:
–Esa mujer es mía.
Y clavó el cuchillo en la barriga de un vecino que la estaba mirando.
El martes, otro soldado dijo:
–Para que aprendas.
Y retorció el pescuezo de la mujer que le debía obediencia.
El miércoles... 





SUBSUELOS DE LA NOCHE


Porque esta mujer no se callaba nunca, porque siempre se quejaba, porque para ella no había una estupidez que no fuera un problema, porque estaba harto de trabajar como un burro de carga y encima aguantar a esta pesada y a toda su parentela, porque en la cama tenía que rogar como un mendigo, porque anduvo con otro y se hacía la santa, porque ella le dolía como nunca nadie le había dolido y porque sin ella no podía vivir pero con ella tampoco, él se vio obligado a retorcerle el cogote, como si fuera gallina.
Porque este hombre no escuchaba nunca, porque nunca le hacía caso, porque para él no había un problema que no fuera una estupidez, porque estaba harta de trabajar como una mula y encima aguantar a este matón y a toda su parentela, porque en la cama tenía que obedecer como una puta, porque anduvo con otra y se lo contaba a todo el mundo, porque él le dolía como nunca nadie le había dolido y porque sin él no podía vivir pero con él tampoco, ella no tuvo más remedio que empujarlo desde un décimo piso, como si fuera bulto.
Al fin de esa noche, desayunaron juntos. Igual que todos los días, la radio transmitía música y noticias. Ninguna noticia les llamó la atención. Los informativos no se ocupan de los sueños. 





PECES


¿Señor o señora? ¿O los dos a la vez? ¿O a veces él es ella, y a veces ella es él? En las profundidades de la mar, nunca se sabe.
Los meros, y otros peces, son virtuosos en el arte de cambiar de sexo sin cirugía. Las hembras se vuelven machos y los machos se convierten en hembras con asombrosa facilidad; y nadie es objeto de burla ni acusado de traición a la naturaleza o a la ley de Dios. 





PÁJAROS


La casa, construcción de paja y de ramitas, es mucho más grande que su habitante.
Pero alzar la casa, entre los matorrales espinosos, lleva no más que un par de semanas. El arte, en cambio, exige mucho tiempo de trabajo.
No hay dos casas iguales. Cada cual pinta su morada como quiere, con pintura hecha de bayas machacadas, y cada cual la decora a su manera. Los alrededores se alindan con tesoros arrancados del monte o de la basura de algún pueblo no lejano: las piedritas, las flores, los caparazones de caracoles, las hierbas y los musgos se ubican queriendo armonía; y las tapas de botellas de cerveza y los pedacitos de vidrios de colores, de preferencia azules, dibujan anillos o abanicos en el suelo. Las cosas van cambiando mil veces de sitio, hasta que encuentran el mejor lugar para recibir la luz de cada día.
Por algo estos pájaros se llaman caseritos. Ellos son los arquitectos más alegres de todas las islas de Oceanía. Cuando ha concluido la creación de su casa y jardín, cada pájaro espera. Espera, cantando, que pasen las pájaras. Y que alguna detenga su vuelo y vea su obra. Y que lo elija.




ARAÑAS


Pasito a paso, hilo tras hilo, el araño se acerca a la araña. Le ofrece música, convirtiendo la telaraña en arpa, y danza para ella, mientras poquito a poco va acariciando, hasta el desmayo, su cuerpo de terciopelo.
Entonces, antes de abrazarla con sus ocho brazos, el araño envuelve a la araña en la telaraña y la ata bien atada. Si no la ata, ella lo devora después del amor.
Al araño no le gusta nada esta costumbre de la araña, de modo que ama y huye antes de que la prisionera se despierte y exija el servicio completo de cama y comida.
¿Quién entiende al araño? Ha podido amar sin morir, se ha dado maña para cumplir esa hazaña, y ahora que está a salvo de su saña, extraña a la araña.





LAS TRAMPAS DEL TIEMPO


Sentada de cuclillas en la cama, ella lo miró largamente, le recorrió el cuerpo desnudo de la cabeza a los pies, como estudiándole las pecas y los poros, y dijo:
–Lo único que te cambiaría es el domicilio.
Y desde entonces vivieron juntos, fueron juntos, y se divertían peleando por el diario a la hora del desayuno, y cocinaban inventando y dormían anudados.
Ahora este hombre, mutilado de ella, quisiera recordarla como era. Como era cualquiera de las que ella era, cada una con su propia gracia y poderío, porque esa mujer tenía la asombrosa costumbre de nacer con frecuencia.
Pero no. La memoria se niega. La memoria no quiere devolverle nada más que ese cuerpo helado donde ella no estaba, ese cuerpo vacío de las muchas mujeres que fue.




EL PADRE


Vera faltó a la escuela. Se quedó todo el día encerrada en casa. Al anochecer, escribió una carta a su padre. El padre de Vera estaba muy enfermo, en el hospital. Ella escribió:
–Te digo que te quieras, que te cuides, que te protejas, que te mimes, que te sientas, que te ames, que te disfrutes. Te digo que te quiero, te cuido, te protejo, te mimo, te siento, te amo, te disfruto.
Héctor Carnevale duró unos días más. Después, con la carta de su hija bajo la almohada, se fue en el sueño.





EL VIENTO


Cuatro años cumplía Diego López y aquella mañana le brincaba en el pecho la alegría, la alegría era una pulga saltando sobre una rana saltando sobre un canguro saltando sobre un resorte, mientras las calles volaban al viento y el viento batía las ventanas. Y Diego abrazó a su abuela Gloria y en secreto, al oído, le ordenó:
–Vamos a entrar en el viento.
Y la arrancó de la casa.




EL SOL
 

En algún lugar de Pennsylvania, Anne Merak trabaja como ayudante del sol.
Ella está en el oficio desde que tiene memoria. Al fin de cada noche, Anne alza sus brazos y empuja al sol, para que irrumpa en el cielo; y al fin de cada día, bajando los brazos, acuesta al sol en el horizonte.
Era muy chiquita cuando empezó esta tarea, y jamás ha faltado a su trabajo.
Hace medio siglo, la declararon loca. Desde entonces, Anne ha pasado por varios manicomios, ha sido tratada por numerosos psiquiatras y ha engullido muchísimas pastillas.
Nunca consiguieron curarla. Menos mal.





EL BESO


Antonio Pujía eligió, al azar, uno de los bloques de mármol de Carrara que había ido comprando a lo largo de los años.
Era una lápida. De alguna tumba vendría, vaya a saber de dónde; él no tenía la menor idea de cómo había ido a parar a su taller.
Antonio acostó la lápida sobre una base de apoyo, y se puso a trabajarla. Alguna idea tenía de lo que quería esculpir, o quizá no tenía ninguna. Empezó por borrar la inscripción: el nombre
de un hombre, el año del nacimiento, el año del fin.
Después, el cincel penetró el mármol. Y Antonio encontró una sorpresa, que lo estaba esperando piedra adentro: la veta tenía la forma de dos caras que se juntaban, algo así como dos perfiles unidos frente a frente, la nariz pegada a la nariz, la boca pegada a la boca.
El escultor obedeció a la piedra. Y fue excavando, suavemente, hasta que cobró relieve aquel encuentro que la piedra contenía.
Al día siguiente, dio por concluído su trabajo. Y entonces, cuando levantó la escultura, vio lo que antes no había visto. Al dorso, había otra inscripción: el nombre de una mujer, el año del nacimiento, el año del fin.





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