LAS BREVES PALABRAS - V




PAISAJES 


Mis breves palabras del último programa tenían como punto de partida al gran poeta granadino Federico García Lorca, hoy el poeta es ANTONIO MACHADO, y sus frecuentes descripciones de paisajes y sensaciones el motivo que me inspira.

Porque mis relaciones con la naturaleza siempre han estado y están estrechamente vinculadas a mi vida, heredadas genéticamente de mi abuelo paterno y de mi padre pero, sobre todo, estimuladas por mi abuelo materno, llamado Higinio.

Un español originario de Valderas, en León, que emigró a Argentina solo, y aún adolescente,  a principios del siglo XX. Se radicó en Buenos Aires donde ejerció como profesor, formó una familia y tuvo dos hijas y un único nieto, quien les habla. Con el paso del tiempo se cansó de la agitada vida de la ciudad y decidió instalarse en la zona serrana de Córdoba, en el centro de la Argentina. Así fue como  comencé a pasar largos veranos disfrutando de los que por entonces eran paisajes casi vírgenes, muy poco poblados y plenos de belleza.

Junto a mi abuelo aprendí a observar y a escuchar a la naturaleza y, sobre todo, a valorarla y respetarla. Aprendí a percibir muchos de sus códigos y señales. Traté de desentrañar sus silencios. Dejé que me sorprendiera día a día y me entregué  a sus designios y sus voces.

Podía leer los cielos y comprender el rumbo y los propósitos de las nubes.  Predecía la posibilidad de las tormentas y calculaba la cercanía de la lluvia. Me dejaba embriagar por los olores de la tierra, experimentaba entusiastas amaneceres y disfrutaba, de modo especial, con los lentos y espectaculares atardeceres serranos que presenciábamos en familia, sin que nadie añorara el caos de la gran ciudad adonde volveríamos, con desgana, al comenzar el curso escolar.

Como ya dije, podía prever la formación de tormentas, y también podía calcular la posibilidad de que los ríos de la zona crecieran bruscamente. En estos casos, me instalaba muy cómodamente en un alto que me sirviera como protección y particular anfiteatro para poder observar, emocionado, el avance turbulento de las aguas que invadían las márgenes rugiendo con ferocidad y arrastrándolo todo a su paso. Qué poder, qué energía, qué decisión la de aquellos furiosos torbellinos líquidos que no se detenían ante nada, que no me alarmaban y producían en mí admiración, haciéndome tomar conciencia plena de mi ínfima importancia en medio del estridente y apasionado paisaje.

Tampoco faltaban ocasiones para sumergirse en el silencio. Un silencio tan poderoso como las inundaciones, los atardeceres o las tormentas. Un silencio que también evidenciaba mi intrascendencia dentro de cualquiera de esos espacios  que me imponían su antigua sabiduría. Y me fascinaba imaginarme integrado en el silencio, percibiendo las palpitaciones de mi cuerpo, las sensaciones de mi piel bajo cielos libres e infinitos.

Y el tiempo no menguó mi diálogo con la naturaleza. Todo lo contrario, continuó siendo frecuente bajo otros cielos, en otras montañas, junto a muchos otros mares. Y a la vez que se confirmó mi respeto y mi certeza de pertenecer a ella y depender de ella, se fue intensificando mi miedo por perderla, mi temor porque se fueran distorsionando sus códigos, asfixiando sus mensajes y transformando sus profundos silencios en vacíos de muerte y soledad.

Pero del mismo modo que desprecio el poder prepotente del ser humano, admiro la poderosa fuerza vital de una naturaleza que no se deja atropellar fácilmente, que antes o después recupera su energía prescindiendo de nuestros necios procederes, reencontrando la auténtica trascendencia de la vida.

Mis convicciones pueden parecer ingenuas, románticas o estúpidas, pero son mi auténtica manera de sentir y pensar. La naturaleza y yo continuamos dialogando en armonía. Soy consciente que ella no me necesita, pero siempre está dispuesta a recibirme y  siempre me ofrece respuestas que aclaran mi mente y serenan mi alma.

Lo importante es respetar para ser respetado. Lo fundamental es amar para ser amado.






Antonio Machado

Volviendo a nuestro autor de hoy, ANTONIO MACHADO nace en Sevilla en l875. A los 8 años se traslada con sus padres a Madrid; en 1907 es profesor de francés en Soria, en 1917 en Segovia. En 1927 es elegido académico de la Real Academia de la Lengua. Al comenzar la guerra civil se traslada a Colliure, en el sur de Francia, donde muere el 22 de febrero de 1939.



CAMINOS


De la ciudad moruna
tras las murallas viejas,
yo contemplo la tarde silenciosa
a solas con mi sombra y con mi pena.

El río va corriendo
entre sombrías huertas
y grises olivares,
por los alegres campos de Baeza.

Tienen las vides pámpanos dorados
sobre las rojas cepas.
Guadalquivir, como un alfanje roto
y disperso, reluce y espejea.

Lejos, los montes duermen
envueltos en la niebla,
niebla de otoño, maternal; descansan
las rudas moles de su ser de piedra
en esta tibia tarde de Noviembre,
tarde piadosa, cárdena y violenta.

El viento ha sacudido
los mustios olmos de la carretera,
levantando en rosados torbellinos
el polvo de la tierra.
La luna está subiendo
amoratada, jadeante y llena.

Los caminitos blancos
se cruzan y se alejan,
buscando los dispersos caseríos
del valle de la sierra.
Caminos de los campos...
¡Ay, ya no puedo caminar con ella!



CAMPO


La tarde está muriendo
como un hogar humilde que se apaga.

Allá, sobre los montes,
quedan algunas brasas.
Y ese árbol roto en el camino blanco
hace llorar de lástima.

¡Dos ramas en el tronco herido, y una
hoja marchita y negra en cada rama!

¿Lloras?...Entre los álamos de oro,
lejos, la sombra del amor te aguarda.



    Mario Fournier – tinta, lápiz de color y pastel sobre papel.



DESGARRADA LA NUBE; EL ARCO IRIS...


Desgarrada la nube; el arco iris
brillando ya en el cielo,
y en un fanal de lluvia
y sol el campo envuelto.

Desperté. ¿Quién enturbia
los mágicos cristales de mi sueño?
Mi corazón latía
atónito y disperso.
¡El limonar florido,
el cipresal del huerto,
el prado verde, el sol, el agua, el iris...,
el agua en tus cabellos!...

Y todo en la memoria se perdía
como una pompa de jabón al viento.



HASTÍO


Pasan las horas de hastío
por la estancia familiar,
el amplio cuarto sombrío
donde yo empecé a soñar.

Del reloj arrinconado,
que en la penumbra clarea,
el tictac acompasado
odiosamente golpea.

Dice la monotonía
del agua clara al caer:
un día es como otro día;
hoy es lo mismo que ayer.

Cae la tarde. El viento agita
el parque mustio y dorado...
¡Qué largamente ha llorado
toda la fronda marchita!



HE ANDADO MUCHOS CAMINOS...

 
He andado muchos caminos
he abierto muchas veredas;
he navegado en cien mares
y atracado en cien riberas.

En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra.

Y pedantones al paño
que miran, callan y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas.

Mala gente que camina
y va apestando la tierra...

Y en todas partes he visto
gentes que danzan o juegan,
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.

Nunca, si llegan a un sitio
preguntan a donde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja.

Y no conocen la prisa
ni aún en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino,
donde no hay vino, agua fresca.

Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y un día como tantos,
descansan bajo la tierra.



RETRATO


Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero. 

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario. 

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar. 

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una. 

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada. 

Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía. 

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago. 

Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.



Alberto Cortez canta “Retrato”, con letra de Antonio Machado y música de su autoría.





.

No hay comentarios:

Publicar un comentario