INTERNET
Mis breves palabras de hoy se inician al buscar en Internet Wikipedia y en Wikipedia datos sobre Internet para poder definirlo como un conjunto descentralizado de redes de comunicación interconectadas, que se origina en los años 60 del siglo XX, y se desarrolla, expande y populariza durante los últimos 15 años.
Y supongo que ya muy pocas
personas ignorarán qué es Internet… De todos modos, trataré de enumerar sus
cualidades y defectos primordiales según yo, claro.
Internet es
fundamentalmente facilidad y rapidez para comunicarse e informarse acerca de
casi cualquier tema. Y digo casi, porque no creo en la existencia de sistemas
tecnológicos perfectos o absolutos. Por supuesto, comunicarse e informarse
significa tener algo que comunicar e interés por recibir información. De manera
que si se carece de esas inquietudes mínimas Internet pierde su sentido básico
y punto final.
Aquí habría que
preguntarse si comunicar naderías y
tonterías es comunicarse o si buscar información sobre naderías y tonterías es
informarse, y si todo esto mejora el nivel emocional o cultural de los
individuos que actúan de este modo. Sin duda hay muchos, muchísimos individuos
que nunca se han planteado ni se plantearán la necesidad de mejorar en nada
vinculado a su personalidad, simplemente porque se sienten plenamente
satisfechos y seguros de ser como son, y además suelen estar de vuelta de todo
porque alcanzan la sabiduría con mucha rapidez, sin esfuerzo y orgullosos de
sus logros.
En Internet también se
pueden difundir y recibir ideas y pensamientos inteligentes y creativos, pero también
interesados, perversos y manipuladores. Justamente porque Internet tiene un
enorme poder de difusión a nivel planetario. Y simplemente ese poder puede
servir para proponer el desarrollo de ideas elevadas o animar al odio, la
violencia y la destrucción. Entonces, ¿cómo reaccionar frente a estos peligros?
Teniendo la capacidad necesaria para
poder discernir, comparar y analizar para elegir y decidir con criterio qué es
qué en medio de la frecuente avalancha y saturación de información cotidiana,
que a veces buscamos pero que generalmente nos imponen sin que atinemos a
reaccionar. En cuanto a discernir,
comparar, analizar, elegir y decidir, suelen ser criterios que deberían
construirse a partir de una buena educación básica que enseñara, sobre todo, a pensar y reflexionar.
Claro que los menores pueden
acceder a cualquier contenido negativo para ellos sin haberse formado aún
adecuadamente, pero para protegerlos están los padres, los educadores y, por
fin, las autoridades pertinentes.
Por supuesto, Internet nos
acerca al arte y a la posibilidad de escuchar músicas descatalogadas; ver
películas de naciones remotas, óperas, ballets, teatro, museos y exposiciones
de todo tipo; acceder a obras literarias poco divulgadas o recibir y comparar
las noticias generales de la prensa mundial.
Todo esto desde casa, sin esfuerzos especiales ni gastos añadidos.
Y viajar, porque por medio
de Internet podemos regresar a ciudades, comprobar que ha sucedido con calles y
lugares que hace mucho tiempo que no recorremos, ver el planeta desde el
espacio e internarnos en parajes exóticos y desconocidos que tal vez algún día
podamos visitar en directo.
Porque la realidad, lo
real, no puede ni debe reemplazar a lo virtual que representa Internet.
Cualquier paisaje espectacular o el más modesto rincón tienen sus luces, sus
sonidos, sus aromas, sus atmósferas únicas e intransferibles que sólo se pueden
experimentar de cerca, estando en ellos.
Como deben experimentarse
las personas, los amigos, cualquier ser querido. Escuchando las inflexiones de
sus voces, percibiendo sus olores peculiares, sintiendo sus cercanías, la
calidez de sus cuerpos, los matices de sus gestos y sus movimientos, compartiendo sus
sentimientos. Y no niego la validez de las comunicaciones a larga distancia que
nos facilita Internet. Sí me niego a suplantar los encuentros con personas
cercanas por un contacto virtual muchas veces innecesario.
En cierta ocasión, alguien
alardeaba de tener 500 amigos gracias a las infalibles redes sociales. Como
considero imposible que nadie pueda tener ni atender a tantos amigos, opté por
no ser nunca su amigo 501. Para mí la
amistad tiene un carácter casi sagrado, pues la considero un sentimiento
fundamental que requiere compromiso, responsabilidad, sinceridad, respeto,
cuidado y mucho amor, para que pueda perdurar en el tiempo y sea capaz de
resistir y superar malentendidos de
cualquier tipo. Un amigo no es el que siempre te complace sino el que también
es capaz, justamente porque se considera tu amigo, de señalarte errores y
defectos para ayudarte a superarlos. A un amigo hay que dedicarle tiempo en
directo. Repito, no creo que se puedan tener 500 amigos, ni siquiera 500 conocidos
más o menos cercanos.
En fin, que Internet da
para mucho, positivo y negativo, más o menos ilusorio e irreal. Porque ¿dónde
están los innumerables archivos que suponemos conservar? y ¿quién nos libra
totalmente del último virus de diseño o del capricho de una imprevista y
compulsiva tormenta solar?
Todo es transitorio,
comenzando por nosotros que, aún sabiéndolo o al menos presintiéndolo, no
podemos con nuestra primitiva soberbia.
Último interrogante: ¿por
qué son tan frecuentes las descalificaciones, los insultos y las groserías más
elementales en los foros de Internet? ¿Será
que prevalece la violencia reprimida? ¿Será
que el anonimato hace que muchas personas dejen de serlo y se animen a exhibir
sus peores cualidades? ¿No sería más valeroso
hacerse responsable de las palabras con nombre y apellido?
Fernando Fernán Gómez
Las poesías de hoy sí tienen, como siempre, nombre y apellido, son los del gran escritor, actor y director de cine y teatro FERNANDO FERNÁN-GÓMEZ, nacido en Lima, Perú, en 1921, pero inscrito en Buenos Aires por lo que tuvo la nacionalidad argentina hasta 1984 en que le concedieron la española, aunque vivió en España desde los tres años. Era hijo de la actriz Carola Fernán-Gómez y nieto de la actriz María Guerrero. Falleció en 2007.
EL RECUERDO
Te recordaré, quizás,
sin
esa cúpula del asombro,
quizás
sin el verde de ese río,
que
se aleja y se acerca, que se acerca y se va,
quizás
sin la rizada plata de las fuentes,
sin
la endurecida ceniza de tus ruinas,
sin
el deshabitado calor de tu verano,
o
sin el frescor medieval de tus iglesias.
Recordaré
de ti, quizás, sólo una calle.
O
una puerta
por
la que entré sólo una vez.
O
una sola estancia.
O
sólo la sombra de un árbol.
¿Quién
sabe?
¿Te
recordaré?
LA ENTREGA
He perdido el mundo por tenerte.
Has
llegado al fin para vaciarme y he sabido lo que es verterse
en
un alma abierta que esperaba.
Pero
ahora, ¿qué soy cuando no estás?
Un
hueco que camina, una ventana vagabunda por la que
los
que tengan ojos y vean verán tu paisaje.
Tengo
en ti el mar y la tierra, y la historia de las cosas en tu frente, pero no me
tengo a mí ni tengo nada de lo mío.
Me
he dado al fin, mujer, como esperaba.
EL CASTILLO
Iba a ser, iba a ser.
Faltaba
un agua.
Un
poco más de arena.
Mirábamos
la puerta,
aquella
torre,
una
rampa,
iba
a ser,
ya
casi era.
Trae
la pala.
Toma
el cubo.
Caía
el sol.
Venía
la tarde.
Otros
también hacían
sus
castillos en la arena.
¿Faltó
agua?
¿Faltó
arena?
¿Faltaron
manos?
Iba
a ser.
Ya
casi era
Vino
un viento.
(¿De
dónde?)
Mira
los otros castillos.
El
nuestro sólo era arena.
EL DOLOR
Hay
el dolor de ver las nubes cerca,
y
hay el dolor de ver secarse el trigo;
hay
el dolor de no encontrarse el alma,
y
el de ver que es un pozo ¡tan profundo!
y
el de ver que es un lucero inalcanzable;
hay
el dolor de saber que uno es la herida,
y
hay el dolor de no saber si duele.
ENCUENTRO
Al
cabo de los pueblos y los días,
soñador
siempre de ti, vuelvo a encontrarte,
oh
vaso fugitivo de mi amor,
oh
cauce del río de mi sangre.
El
color de tu piel está presente,
el
rumor de tu risa, el aire de tu falda,
hasta
el leve quiebro de tu cadera
y
la luna de ayer entre las altas
casas
que dieron sombra a nuestros lentos caminos.
Por
las mismas calles del mismo amor
tú
misma pasas.
He
buscado en tus ojos tu sonrisa
y
en la concha de mi mano tu mejilla,
la
sombra de tu voz bajo los árboles.
No
eres tú quien se cruzó bajo la luna.
Has
perdido el olor de aquel recuerdo.
Has
perdido mi nombre y hasta el tuyo.
Hoy
sólo eres tú tu cementerio.
¿Quién
te habita, corazón, que no conozco?
¿Quién
respira, corazón, tu mismo aire?
Al
cabo de los pueblos y los días,
deshabitada
de ti vuelvo a encontrarte.
SOLO
Hoy
he estado solo, tendido en una cama.
He
estado solo en la mesa de un restorán.
Después
he ido solo por unas calles,
y
he estado solo, más tarde, en una habitación, leyendo.
Y
yo no quería estar solo.
He
leído más, otro poco más.
He
leído una explicación de cómo se construían los templos en la Edad Media.
Después
he ido, solo, a sacar un pasaje para un avión.
Para
marcharme a otro sitio. A mi sitio.
¿A
mi sitio?
Luego
he vuelto a la habitación. Y me he quedado allí solo.
He
bajado al “hall” del hotel a esperar solo a que el tiempo fuese pasando.
No
por mis deseos, sino porque es así, fue pasando.
Entonces
tomé un coche y fui solo al aeropuerto.
Llegué
demasiado pronto. Habían retrasado el vuelo.
Y
me quedé solo.
Pasé
por la sala de espera. Miré las revistas y los diarios del kiosco.
Fui
al bar. Me senté en un rincón, solo. Pedí una copa de algo, aunque ya me notaba
alegre.
Y
al sentarme en la mesa del rincón, solo, me sentí de repente triste, porque
estaba solo.
Pero
me trajeron la copa de algo y empecé a beberla solo.
Mañana
regresaré. Volveré desde el otro sitio en que estaré solo. Volveré solo.
Y
así, repitiendo la palabra solo, solo, solo…dicen que la palabra pierde su
sentido.
Y
quizás ya no sienta nada al estar solo.
EL
DICCIONARIO
Tenemos
prisa, corremos. Hace calor. Hay que llegar a casa, refrescarse. Y pasamos de
largo en nuestra carrera la acogedora sombra de los árboles frondosos.
Y
en invierno, si no somos pobres, despreciamos el calor de las bocas del metro.
Siglos
y siglos los hombres sabios nos aconsejan lo contrario. Admiramos a los hombres
sabios. Nos conmueven, nos convencen sus pensamientos. Pero tenemos prisa por
llegar a otro lado, por hacer otra cosa. Tiramos como una cuerda de los
domingos de la vida para que más deprisa las semanas nos vayan aserrando el
cuello.
Aquella
que me daba su compañía tenía prisa por marcharse. Yo tenía prisa por
explicarle que debía quedarse.
Y
nunca tuve tiempo de sentarme con ella en calma y leer juntos este libro de
poemas.
¿Por
qué no lo hice? ¿Por qué no lo hicimos?
Cuanto
hemos aprendido ha sido a costa de un dolor.
Este
dolor nos hace distintos, y cuando se repita -casi imposible- la
circunstancia, lo aprendido será inútil.
Pero
debimos, cuando tanto nos esforzábamos en explicarnos, en comprendernos, en
comprender las cosas, los sentimientos, leer juntos este libro de poemas.
Este
libro en el que se dice que amor es un sentimiento que nos mueve a buscar lo
que consideramos bueno, para poseerlo y gozarlo.
Nos
mueve. No nos deja inmóviles. Nos mueve a buscar.
No
nos mueve a huir. Para poseerlo. No para dosificarlo administradamente.
Dice
también el libro de poemas que amor es un sentimiento altruista que nos impulsa
a procurar la felicidad de otras personas.
Y
que es blandura, suavidad, condescendencia.
Habríamos
podido aprender mucho de este libro. Habríamos podido aprender, cuando menos,
si era o no era amor lo que sentíamos.
Dice
también el libro que desprecio es falta de aprecio, y que apreciar es formar
juicio de la magnitud e importancia de las cosas.
LOS
HILOS
Somos
marionetas movidas por hilos horizontales. No hay un ser misterioso de una raza
sobrehumana allá en lo alto, en los telares del escenario, que maneje nuestros
hilos conforme a un orden, a un argumento previsto. Ni siquiera
caprichosamente.
Pero
tenemos unos hilos que nos mueven, unos hilos que van de uno a otro, de los
hombres a las cosas, de las cosas a los acontecimientos. Y todo lo que sucede
allá lejos se refleja en nosotros, da un tirón de algún hilo, y mueve, aunque
sea levísimamente, un trocito de nuestro cuerpo, de nuestra alma, si es que hay
esa distinción.
Y
así sufrimos por sucesos ajenos y a veces una lejana alegría produce una
amargura nuestra.
Así
es, y está bien que así sea.
Eso
se llama confianza. Tenemos la idea de ser, aunque muñecos, actores de la misma
función, de estar comprometidos en el mismo baile. Y divierte un poco pensar
que si yo hago algo o algo me sucede, el señor “no sé cuántos” va a sentir un
calambre en una pierna o en el corazón.
Y
gusta ser parte de esta representación colectiva aunque el sucederse de los
acontecimientos sea doloroso y el desenlace se presuma funesto. Pero no estamos
solos, estamos entramados en la red de hilos horizontales.
De
pronto, caemos en la desesperanza.
Alguien,
de un brusco tirón, ha roto nuestro hilo principal, el que movía nuestros
órganos más expresivos. Nos quedamos sin movimiento. Qué horrible sensación de
angustia. Un solo hilo se ha roto y sin embargo no nos llega ninguna
palpitación ajena, carecemos, por lo tanto, de palpitaciones propias.
Nada,
nadie, nunca tiene que ver con nosotros. Y el baile sigue, la función corre
hacia su desenlace. Nosotros no hacíamos falta.
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