LAS BREVES PALABRAS - XXVI




ZYGMUNT BAUMAN: IDENTIDAD Y CONSUMISMO


Mis breves palabras de hoy parten de las teorías del sociólogo, filósofo y ensayista polaco, nacido en 1925, ZYGMUNT BAUMAN, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2010.


 Zygmunt Bauman


Bauman desarrolla sus análisis, sobre todo, en dos libros: “Modernidad líquida”, de 1999, y “Amor líquido: acerca de la fragilidad de los vínculos humanos”, de 2005.

El sentido de “lo líquido” en su obra se refiere a la realidad actual que, como sucede con el agua, no se puede retener entre las manos, es fugaz, no tiene solidez, deja poca huella y, en consecuencia, es superficial.

“Nada es estable, es muy propio de la “modernidad líquida”, expresa Bauman. “Antes construías el conocimiento como quien construye una casa.  Ahora se parece más bien a un tren que pasa sobre los raíles y no deja ninguna huella en la tierra”, concluye.

Así, cuando Bauman habla de la identidad considera que ya no se percibe como una tarea y responsabilidad vital propia de cada persona, sino como algo global, voluble, permeable y frágil que varía en función de la tendencia que marca el consumismo.

La identidad deja de ser un logro personal, para transformarse en el reflejo de unas circunstancias absolutamente pasajeras, dictadas e impuestas desde fuera de los individuos por los intereses que manejan, especulativamente, los medios de comunicación masivos asociados a los intereses económicos de los poderes de turno.

De manera que no se decide personalmente escuchar una determinada música, ni ver cierto tipo de películas, ni vestir de un modo peculiar, ni tener costumbres o comportamientos sociales específicos, y mucho menos opinar diferente sobre cualquier tema importante. Porque la identidad personal se diluye a favor de una identidad global que, aún disfrazada de diversas maneras y perteneciendo aparentemente a grupos disímiles, es una única y general para todos, siempre proveniente del capitalismo de consumo que marca las normas y que supuestamente satisface y conforma a las mayorías, que no se oponen ni se rebelan ni, por supuesto, analizan.

Sin duda, las excepciones felizmente existen, pero ¿por cuánto tiempo? Porque si lo global es evidentemente masivo, la exclusión de aquellos que piensan diferente es casi  inevitable.

Por otra parte, quien piensa diferente ha reflexionado y analizado animándose a oponerse al criterio general, o sea que ha hecho de la búsqueda de su identidad una tarea responsable y vital que defenderá ante los otros con argumentos sólidos. ¿Y a esa altura del autoconocimiento qué importancia tiene no pertenecer a la “mayoría normal”, entre comillas?

En síntesis, que ser diferente en esta época puede ser sinónimo de pensar sin miedos, de tener ideas propias, de pasar de posibles exclusiones y de actuar en función de una identidad personal.

Ya se sabe, todo esto implica esfuerzos, voluntad y convicción. Seguir los dictados de la mayoría es mucho más fácil y cómodo, aunque puede provocar frustraciones que, aunque no se detecten de inmediato, suelen ser el origen de ansiedades e insatisfacciones difíciles de manejar que contaminan poco a poco todos nuestros comportamientos y, por extensión, los de toda la sociedad.

Dice  Zygmunt Bauman: “Como estamos padeciendo una crisis detrás de otra, no prestamos atención a lo que es definitivo: no podemos seguir viviendo como vivíamos, no podemos consumir como antes. Y esto es un hecho. Hay que olvidar de una vez que la felicidad esté relacionada con la adquisición de bienes. La clase política durante mucho tiempo ha aplicado una sola idea a la resolución de los problemas sociales: incrementar el consumo. Vivimos en un planeta que no admite más explotación de los recursos. Extender los patrones de consumo de los países desarrollados al resto del planeta es impensable si queremos pervivir”.

Creo que estas palabras de Bauman completan lo que ya he expresado con respecto al consumismo y a la globalización de ideas y conceptos, que pueden regir nuestras vidas si no reaccionamos y nos rebelamos con el fin de recuperar nuestra identidad diferenciada, en oposición a la identidad masiva que se busca imponer para perpetuar un sistema de vida incompatible con una existencia armónica.

Les he hablado del sociólogo, filósofo y ensayista polaco Zygmunt Bauman, una persona comprometida con el cambio que todos necesitamos para crear un mundo mejor.






Elsa López

Las poesías de hoy son de ELSA LÓPEZ, española nacida en Guinea Ecuatorial, en 1943.   



Cuando el cansancio es grande y tiene forma oblicua,
se sienta en el rincón más tibio de la casa
y reconstruye el mapa completo de la isla:

          El reborde de espuma rizado de gaviotas.
          Los volcanes al sur,
          al norte los barrancos.
          La palma de su mano abierta bajo el cielo
          en forma de caldera.
          Las nubes esmaltadas,
          el viento,
          los muros de la casa,
          y la abuela sentada en el sillón de mimbre
          viendo morir los barcos encima del estanque.

En ese itinerario de océanos amargos,
el llanto se repliega de nuevo en lo más hondo
a contemplar, sin ruido, el paso de las aves.





Cuando tu lengua escarba mi cuerpo lacerado
que fue tan sólo tuyo durante un tiempo espeso,
inmortal y perfecto.

Entonces tú terminas y yo comienzo a amarte.

Cuando he rugido cóncava debajo de tus piernas,
y has dejado un reguero de sal y hierbabuena
sobre mi piel reseca.

Entonces tú terminas y yo comienzo a amarte.

Cuando la luz se apaga y tu cuerpo se queda
tendido y olvidado entre blandas semillas.

Entonces tú terminas y yo comienzo a amarte.





No pronuncio tu nombre por miedo a ver la herida
y el golpe de la sangre.
No digo las palabras que debiera decirte.
Te miro.
Te contemplo.
Te observo.
Ojeo las esquelas y el tiempo de las nubes.
Luego digo algo inútil,
mágico,
irreparable.
Digo cosas curiosas como decir:
qué tal, hace calor, te quiero,
anoche he deseado tu cuerpo nuevamente.
Pero nada se oye dentro de las paredes.

Tú me miras inquieto,
decidido,
cobarde.
(Mi corazón empieza a deslizarse
por la suave pendiente de tu pelo.)





Recuerda que la lluvia cayó porque yo quise
y porque tú quisiste me miraste al espejo
y me encontraste hermosa de verde y gabardina.
Recuerda que lloraste cogido de mi mano
y yo llené de besos tu infancia despoblada.
Recuerda que la noche llegó porque yo quise.
Y te miré a los ojos,
y te besé las manos,
y preparé tu ropa y el plato de naranjas.
Pero tuviste miedo.
Un miedo huraño y torvo.
Un miedo con relojes.
Recuerda que fue cierto.





Ya nunca volveremos al viejo paraíso donde nace la lluvia,
donde huelen a alfalfa cortinas y manteles.

Ya nunca volveremos a medir la distancia
que queda entre las ramas del drago florecido.
Ni a remover la tierra,
ni a regar los maizales,
ni a pintar las ventanas,
ni a recoger el agua en cubos transparentes.

Ya nunca vendrá el frío
a llenarnos el pozo de zarzamora verde.
Ni volverá tu boca a dejar en la mía el sabor de la almendra.





Cuando voy por las calles, solitaria y ausente,
voy pensando en tu cuerpo.
Te llevo entrelazado por todas las cinturas
que acometo desiertas.
Tú estás en las aceras,
en las piedras del suelo,
en esos soportales que aúllan tus abrazos,
en la melancolía de mujeres sin rumbo
que perdieron el grito y la memoria nuestra.
Y yo sé que eres mío
por encima de ritos y vagas ceremonias.
Lo sé porque te amo y tú me lo has oído.
Y yo sé que te amo
porque mis brazos duelen al recordar los tuyos

y el espacio que ocupo se vuelve oscuro y frío
cuando escondes tus ojos por detrás de los míos,
y una vez que me has visto crecer y duplicarme
me hieres y abandonas delante de las otras.





Tú tienes la costumbre de los ríos:
pasar por las riberas sin mojarte,

formar algún remanso en el camino
y luego hacerte bulla, catarata,
arrasar con las plantas de la orilla
y arrojarte de golpe en los océanos.

Tú tienes la costumbre de los peces:
deslizarte muy suave entre mis muslos
y quedarte parásito en mi origen
cubriéndome de escamas la cintura
para luego afiliarte a la albacora
y tomar otro rumbo sobre el agua.

Tú tienes la costumbre de las aves:
volar por los aleros de mi casa,
desmigajar el pan que me alimenta
y hacer nidos de caña en mi regazo
para luego alejarte en desbandada
dejándome la miel entre los dientes.
 




Te quiero porque aprendo contigo a ser distinta.
A sonreír de pronto
cuando me miras detrás de los paisajes
que inventas para mí cada mañana.
Porque recortas telas, cartones, ventanales,
tejados y azoteas.
Porque pintas cobaltos y rojos bermellones
o simplemente hieres de azules y azafranes
las puertas de mi casa.
Porque eres suave y hueles como las caracolas
y, en ciertas ocasiones, me robas los perfumes
que ya nunca me pongo.





Te quiero porque fumas y bebes y blasfemas
y escribes sin cesar por las paredes
o en la estación del tren
o en los bordes urgentes de una alcoba vacía.
Porque le has puesto verbos al dolor que te invade
y aunque lo llames Marta
soy yo quien te acompaña
por esa travesía pesarosa de un nombre.
Y te quiero por todo o casi ya por todo
lo que me das o quitas o me pones.
Y sabes, tú lo sabes, y yo también lo sé,
que formas laberintos para que me distraiga
y me quede dormida cuando llega la tarde.





Te quiero porque un día me llevaste hasta el río
y al vuelo de las aves que anidan en el agua.
Y me tocaste el hombro para darme el aliento
que pierdo en ocasiones.
Porque me miras grave
y me guiñas los ojos para poder seguirte.
Y me alientas,
y me acoges,
y me retienes por el aire cuando vuelo sin rumbo
o he perdido el oriente.





Te he querido, tu bien lo sabes.
Te he querido y te quiero
a pesar de ese hilo de luto que me hilvana
al filo de la tarde.
Y tengo miedo.
De la lluvia, del pájaro de nubes,
del silencio que llevo conmigo a todas partes.
Tengo miedo a la noche,
a quedarme encerrada entre alambres del sueño,
a la palabra olvido
y a tus brazos en forma de barrotes dorados.

Miedo a recorrer la casa y saberla vacía,
o a quererte, de nuevo, mucho mejor que antes.
No me abandones en esta larga ausencia.
Recuerda lo que he sido para ti otros inviernos:
el tiempo de querernos indefinidamente,
el mar,
los barcos que llegaban sin muertos a la orilla,
el ruido de las olas al fondo de la casa.
Y el viento,
recuerda el viento, amor, doblando las esquinas.




 .

No hay comentarios:

Publicar un comentario