LAS BREVES PALABRAS - XXXV




¿EDUCAR, ENSEÑAR, TRANSMITIR…?


I - EDUCAR


En el inicio de mis breves palabras de hoy, son protagonistas cinco mujeres que charlan mientras dibujan, imaginan, pintan y disfrutan. Porque hace años que eligieron disfrutar expresándose. Y porque disponen de sus territorios personales que han acotado con decisión, esfuerzo y valentía, todas coinciden en lo mucho que han cambiado las cosas para ellas, y cuando dicen “las cosas” se refieren a derechos básicos que, y en esto también coinciden, podrían retroceder para las próximas generaciones, porque el machismo y el tipo de sociedad que en muchas ocasiones las ha perjudicado parecen recuperar fuerzas.

El mismo machismo que, paradójicamente, fomentaban (y aún fomentan) las mujeres cuando educaban a sus hijos en el natural derecho a ser servidos, mientras que para sus hijas lo natural era servir. De manera que ellos podían desentenderse de todas las tareas domésticas o, a lo sumo, colaborar a regañadientes en nimiedades, al tiempo que ellas no tenían posibilidades de optar.

Una de las cinco mujeres, la mayor, recuerda claramente, porque tal vez nunca pudo sobreponerse del todo a aquella situación, como tuvo que sacrificar su libertad y sus intereses personales al ser prácticamente obligada como hija a ocuparse de su madre viuda, mientras que sus hermanos varones ni se plantearon que tuviesen que compartir responsabilidades.

Por entonces, ellas eran educadas por sus madres en las virtudes propias de su sexo: la cocina, la paciencia, la limpieza, el punto, la obediencia, la costura, la comprensión, la discreción, la plancha, la dependencia, las buenas formas y el sacrificio a la hora de atender con especial dedicación a niños y enfermos, y de ocuparse con generosidad de la salud de los ancianos.

Y cada una de las cinco mujeres ha tenido o tiene que demostrar su generosidad a ultranza porque, ya se sabe, los hombres no están capacitados para ejercer de cuidadores al tener ellas arraigados instintos maternales que las hacen idóneas para esas tiernas tareas.

Ellos, por su parte, también eran educados por sus madres para ser inevitablemente descuidados, algo torpes, impacientes, un poco brutos, naturalmente temperamentales y temerarios pero, como ya señalé antes, incapaces de auto valerse en el ámbito doméstico.

De modo que cuando nuestras cinco creativas mujeres critican, no sin razones, las pocas habilidades masculinas, olvidan que en muchas ocasiones ellas las han consentido dándolas por válidas y fomentándolas con su aceptación.

Mujeres educadas para la virtud pasiva. Hombres educados para la fuerza y el autoritarismo. Consecuencia: infinidad de mujeres y algunos hombres frustrados al no poder asumir con éxito los roles impuestos por la férrea educación.

Porque no siempre se puede acatar una realidad injusta, aunque sea válida para una mayoría que prefiere el silencio y no acepta rebeldías que superen la edad de la adolescencia. Y la cuestión es que la clase de rebeldías que suelen manifestarse en la madurez aparecen como consecuencia de sucesivas experiencias conflictivas.

Es que la educación puede ser muy poco objetiva y estar dirigida, intencionalmente, por los intereses y los rígidos parámetros de una moral social prejuiciosa y represiva. 

La mujer más joven reflexiona que las cosas han cambiado para bien, que ha educado a sus hijas en libertad y que siente que ha acertado pues ellas han respondido positivamente. Otra de las mujeres se indigna ante la falta de responsabilidad y compromiso que comprueba en algunos jóvenes, a los que nadie parece tener interés en educar, y recuerda la madurez que le exigían a ella. ¿Pero qué sentido tiene insistir en la educación cuando muchas veces prevalece la tendencia innata a la que es inútil oponerse?, agrega otra de las mujeres con cierto pesimismo, para de inmediato reclamar indignada que la mujer aún no ha conseguido su espacio real, en una sociedad que continúa siendo dirigida por hombres que siguen imponiendo sus criterios machistas de siempre.

Entre malos recuerdos y renovadas expectativas, aceptaciones resignadas y rotundos rechazos, sincerándose y emocionándose, a veces desilusionadas y al mismo tiempo siempre decididas a seguir avanzando por la vida, las cinco mujeres continúan dibujando, imaginando, pintando, disfrutando y recordando anécdotas de un tiempo pasado que para ellas no siempre fue mejor, aunque el privilegio de crear, que no todos comprenden ni valoran, sea un triunfo personal de cada una de ellas.


II – ENSEÑAR


“Libres son quienes crean, no quienes copian y libres son quienes piensan, no quienes obedecen. Enseñar es enseñar a dudar”.

Esta reflexión del escritor uruguayo Eduardo Galeano (Montevideo, 1940-2015) inspira mis siguientes palabras.

No dudo de la libertad que ejercen quienes crean en oposición a quienes copian. Aún sin tener los recursos necesarios, quien se atreve a crear un modesto dibujo anuncia que tiene una necesidad imperiosa de transmitir, de establecer un diálogo, tal vez imperfecto en un principio, que seguramente se irá enriqueciendo con el tiempo, el trabajo y la experiencia. Pero quien copia renuncia desde el principio a expresarse realmente y no confía en sí mismo, sobre todo si el profesor que lo guía insiste en que trate de ejercer su creatividad intentando un dibujo espontáneo.

La cuestión es que, posiblemente, el resultado de dicho dibujo no satisfaga las expectativas del alumno ni de sus familiares y allegados porque, según ellos han aprendido, un dibujo bien hecho es un dibujo que copia la realidad de la manera más fiel y convencional posible, y únicamente la comprobación de este logro será una demostración creíble de las habilidades del alumno y del profesor.

Es habitual aferrarse a modelos que acepta la mayoría, pues las rutinas y el inmovilismo siempre facilitan una aparente seguridad que protege de indeseables sobresaltos. De modo que habrá que ser decidido, incluso valiente, para enfrentarse a la opinión que todos apoyan. Pero vale la pena la duda cuando esta abre caminos y enriquece la forma de pensar y sentir.

La duda suele ser el inicio de la búsqueda. La búsqueda puede conducir a la necesaria modificación de esquemas y, por consiguiente, de rutinas. Entonces se generan nuevas ideas, las expectativas crecen con ímpetu y se actualizan conceptos estancados.

Que siempre haya alguien que nos enseñe a dudar para mantener alerta nuestra libertad.


III - TRANSMITIR


La tarea de transmitir nunca es fácil y tiene muchas exigencias, porque no resiste fórmulas ni esquemas rígidos, porque no se transmite con imposiciones sino mediante un diálogo abierto que debe adaptarse a las necesidades específicas de cada caso, de cada persona, de cada alumno.

Para que la transmisión se lleve a cabo es fundamental conseguir una comunicación fluida. Y para establecer esta fluidez hay que observar, escuchar, comprender y, sobre todo, intuir. Intuir lo interior que apenas se manifiesta, y que en muchas ocasiones suele contradecir el discurso exterior, aparentemente claro y racional. 

También es fundamental el compromiso del alumno con el proyecto que le propone el profesor, o sea un intercambio creativo y responsable de ambas partes para lograr el resultado más óptimo posible.

El profesor debe estimular, con propuestas previamente elaboradas, la creatividad y el entusiasmo del alumno, y el alumno debe estimular, con sus respuestas a modo de avances y renovadas búsquedas, la creatividad y el entusiasmo del profesor. Si una de las dos partes pierde ímpetu la otra lo percibirá de manera inevitable, pues ese ímpetu no puede suplirse con paciencia, aunque esta participe espontáneamente, sin esfuerzos, en el proyecto común.

Es forzoso tener en cuenta la edad, el nivel cultural, las circunstancias personales, el entorno familiar y social, las expectativas con respecto al presente y al futuro de cada alumno, pues cualquiera de estos aspectos puede interferir, retrasar, bloquear, e incluso impedir totalmente el plan de trabajo acordado entre el alumno y el profesor, aunque este parezca estar bien encauzado y en aparente progresión.

En el caso de la enseñanza artística, que es mi actividad profesional, la edad  puede ser un beneficio para el alumno que comienza a estudiar dibujo y pintura en la infancia, pues jugando e imaginando va desarrollando su capacidad creativa. Pero la impaciencia de unos padres que pretenden resultados inmediatos y “exhibibles” puede ser nefasta y frustrar un plan de estudios que, por el contrario, necesita el tiempo y la paciencia que ellos se niegan a aportar influyendo negativamente, aún cuando se les explique cuáles son las características específicas de la enseñanza infantil.

Semejante, y al mismo tiempo diferente, es el caso de los adultos que pasan de los 30 años. El entorno familiar y social comprende poco para qué necesitan aprender arte cuando ya tienen la vida profesional más o menos definida, o en caso contrario justamente por no tenerla: ¿qué sentido tiene perder el tiempo y el dinero en un aprendizaje que no los beneficiará económicamente, al menos, a medio plazo?

El conflicto se acrecienta cuando quien pretende estudiar arte es una mujer mayor de 50 años (los hombres de esta edad lo intentan en rarísimas ocasiones), pues ahora la incomprensión aumenta por parte de todos, sobre todo si sus hijos han decidido que ella se debe a los nietos porque es natural que actúe como abuela vitalicia. Las presiones del entorno serán directas o indirectas, pero constantes: ¿para qué a tu edad?, ¿qué beneficios vas a obtener?, ¿no te parece que ya es un poco tarde para estudiar? Y en el caso de que la “rebelde” se salga con la suya, no se la tomará en serio y se considerará que su capricho sólo se trata de un “hobby” circunstancial para distraerse. Por supuesto, el nivel cultural del entorno facilitará más o menos la concreción del proyecto de la “rara” de turno.

En el caso del proyecto infantil, la injerencia es la impaciencia de unos padres poco dúctiles; en los casos de los adultos mayores de 30 o de 50 años, la injerencia es incomprensión por prejuicio social o, específicamente, egoísmo familiar. En todos, el desafortunado pragmatismo extremo de la sociedad actual suele actuar como bloqueador al despreciar toda aquella actividad creativa que no signifique un beneficio económico inmediato, o la posibilidad de un éxito o una popularidad que devenga, al fin, en un éxito económico, aunque este no garantice ni calidad ni talento en el resultado final.

La improvisación, el oportunismo, la imitación más descarada, la vulgaridad y la ignorancia satisfecha se mueven a sus anchas en esta época de profunda crisis de identidad, en la que todos opinan como si en realidad fueran especialistas en todo. Los que amamos la ardua tarea de transmitir, los que respetamos la creatividad avalada por el trabajo constante, la investigación y la experimentación profundas, rechazamos sin concesiones el mundo banal y mediocre que muchos se empeñan en imponernos, justificándolo como consecuencia natural de una evolución que nosotros sólo podemos valorar como penosa involución, como vacío.

Continuaré observando, escuchando, analizando, tratando de comprender y de intuir para que el diálogo de la transmisión sea posible. Para que niños, jóvenes y adultos de cualquier edad, puedan decidir la experiencia del arte, no como pasatiempo, sino como disciplina espiritual, como placer de los sentidos, como emoción interior, como alegría, como grito de rebelión.




 Ludwig Guttmann

El personaje que hoy he elegido para destacar es el neurocirujano alemán LUDWIG GUTTMANN (1899-1980), quien por su condición de judío tuvo que huir de la Alemania nazi para establecerse en Gran Bretaña. En el hospital inglés de Stoke Mandeville (Buckinghamshire) se especializó, a partir de 1944, en el tratamiento de las lesiones medulares de combatientes de la Segunda Guerra Mundial.

Su inquietud por conseguir que sus pacientes llegaran a reintegrarse en la sociedad, a pesar de sus graves discapacidades, lo condujo a fomentar entre ellos la práctica de deportes como el tiro con arco y el lanzamiento de jabalina. Ya en 1948, coincidiendo con los Juegos Olímpicos de Londres logró organizar los primeros Juegos de Stoke Mandeville con la participación de 16 pacientes (entre ellos 2 mujeres) del hospital que dirigía y otros de un hospital de Richmond, certamen que volvió a celebrarse los años siguientes con una mayor cantidad de deportistas. Hasta que en 1959 los participantes fueron 360 provenientes de 20 países. 

En 1960, los entonces denominados International Stoke Mandeville Games se celebraron en Roma de forma oficial, siendo considerados como los primeros Juegos Paralímpicos. Pero aún hubo que esperar a los Juegos  de Seúl (Corea del Sur), en 1988, para que los Juegos Paralímpicos se realizaran como en la actualidad, a continuación de los Juegos Olímpicos, en la misma ciudad que estos y utilizando las mismas instalaciones.






El próximo paso será la realización simultánea de ambos juegos para que el entonces audaz y poco comprendido proyecto del doctor Ludwig Guttmann se concrete definitivamente: la inserción total de las personas con discapacidades graves en la sociedad.

Necesitamos muchas personas como Ludwig Guttmann dispuestas a colaborar para crear un mundo mejor.

Y recuerden que los Juegos Paralímpicos de Rio de Janeiro han comenzado el 7 de septiembre para concluir el 18 del mismo mes. En esta ocasión se batirán records de participantes (con discapacidades visuales, físicas, intelectuales, o con parálisis cerebral), que serán 4.350 de 175 países, y practicarán 22 deportes.

Tenemos la posibilidad de apoyarlos, admirarlos y reflexionar.


 



 Roberto Fontanarrosa

El autor que he elegido hoy es el popular humorista gráfico y escritor argentino ROBERTO FONTANARROSA (Rosario, Santa Fe, 1944-2007), cálida y sencilla persona a la que conocí con motivo de la exposición de mis pinturas en una sala de arte de la ciudad de Rosario.

Esta selección de sus obras es mi modesto homenaje. 

































DESTINO DE MUJER



Aquellos que conocieron un Rosario pecaminoso, un Rosario receptor de mujeres de todo el mundo que llegaban a Pichincha para ejercer su triste e infame comercio, no pueden olvidar a María Antonia Barrales.

María Antonia Barrales era un hombre de postura arrogante, corto de palabras y rápido para la acción. Se había acostumbrado a la violencia y convivía con ella desde muy pequeño. No era extraño; había nacido en un conventillo de calle Urquiza, donde calle Urquiza cae hacia el río y transitó una infancia libre y difícil donde aprender a defenderse era primordial. Los carreros que salían con las chatas desde los almacenes de Rosenthal lo vieron trenzarse a golpes y ladrillazos con el piberío.

Casi siempre por la misma causa; la feroz burla que causaba su nombre: María Antonia Barrales.

El culpable había sido su padre, pero nadie le daba tiempo para explicarlo. Nadie le creía cuando él contaba que don Simón Barrales anheló siempre tener una hija. Y que había decidido que llevaría por nombre María Antonia. La madre de don Barrales, una genovesa terca y trabajadora, insistía en que debían ponerle "Enrica". Y los sucesos se precipitaron, faltando dos meses para que la mujer diese a luz, la policía descubrió que don Simón Barrales robaba kerosén, naftalina y cueros de los almacenes de Rosenthal, donde trabajaba. Descubierto el hombre debió huir. Pero antes, empecinado, cumplió su sueño. Fue al registro civil y anotó a su próximo hijo con el nombre de "María Antonia Barrales". Adujo que de la misma forma en que hay niños que se anotan mucho después de nacidos, así como hay criaturas que van solas a registrarse, él usufructuaba el derecho de anotarla antes.

Además, descartaba el riesgo de que su mujer se saliera con la suya de bautizarla con un nombre itálico.

Y así creció María Antonia, debiendo hacerse respetar a golpes de puño, puntapiés y adoquinazos.

Le soliviantaba hasta la exasperación al muchacho que lo llamasen "María Antonia". Pidió al principio que le dijesen "María" y, más tarde y cansado de luchar, "Nené". Pero no hubo caso. Creció y se hizo hombre con ese baldón, con esa marca que traía desde la cuna.

Pero no era siempre gratuito llamarlo así. Una vez, en un baile en uno de los piringundines del Bajo, en la "Parrilla-Dancing La Guirnalda" de don Saturnino Espeche, María Antonia Barrales se enojó, no quiso que un engominado compradito venido del San Nicolás le gritara su nombre en medio de la pista. María Antonia sacó un revólver y le pegó tres tiros al atrevido. Le dieron cuatro años. Pero el juez actuante en la causa dictaminó que debía purgarlos en la Cárcel de Mujeres.

La cosa fue en los Tribunales viejos de Córdoba y Moreno y hay gente que se acuerda todavía. María Antonia elevó su voz de tenor en la protesta: él no quería ir a la Cárcel de Mujeres. El juez aceptó escucharlo, pero miró la partida de nacimiento y fue muy claro:
—Acá usted figura como María Antonia Barrales, caballero —le dijo, mostrando los papeles—. Persona de sexo femenino.

María Antonia en su ofuscación, perdió la línea. Sin dar tiempo de nada a los guardias, se bajó los pantalones y mostró su hombría.
Le recargaron la pena en dos años por exhibición obscena frente a un juez de la Nación.

Cumplió su condena en la Cárcel de Mujeres y volvió a la libertad.
Trabajó como estibador, carrero y matarife en el frigorífico de Maciel. Cada tanto retornaba a la cárcel por trenzarse en peleas a causa de su nombre. Fue en una de esas peleas que reparó en él don Teófilo Carmona, el caudillo radical, patrón y soto de barrio Triángulo. Lo sacó de la cárcel y lo tomó como guardaespaldas. En cien entreveros María Antonia hizo derroche de coraje, sangre fría y hasta crueldad innecesaria.

Pero todo fue inútil. El estigma de su nombre volvía sobre él, como una enfermedad recurrente. Y se dio por vencido.

Dejó el revólver, se apartó del cuchillo, y se casó con don Teófilo que desde tiempo atrás venía proponiéndole una vida más tranquila en los patios silenciosos de su casa solariega.

Allí cuidó niños ajenos, aprendió secretos de la cocina criolla y tejió para afuera.

Roberto Fontanarrosa
Del libro «Los trenes matan a los autos», Ed. de la Flor, 1997.





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1 comentario:

  1. Pilar Rodríguez Fernández16 septiembre, 2016

    A medida que voy leyendo viene a mi mente la imagen de una tarde de sábado cualquiera, la de tantos sábados. Todos, desde hace ya muchos años. Creciendo semana a semana al olor a óleo, al calor de sus colores, al abrigo de las palabras espontáneas, de las reflexiones y de los silencios. Estrechando lazos al resguardo de lo que nos une: el arte y la creatividad.
    De incertidumbre fueron los primeros pasos, ajenos al tiempo que permaneceríamos. Y nos fuimos quedando. Aquí encontramos nuestro espacio común. Quizá porque nunca tuvimos pretensiones económicas continuamos creando en libertad, receptivos a la ayuda de nuestros mentores, a sus conocimientos, a su experiencia, a su sensibilidad. Ellos nos cierran las puertas del miedo e intentan servirnos de guía en el que intuyen es nuestro camino personal.
    La fortuna primera fue coincidir en el tiempo y en el espacio. Después el haber encontrado nuestro hueco para el intercambio, para el respeto, las dudas y las emociones.
    El tiempo nos ha traído altibajos, idas y venidas, encuentros y desencuentros. Porque somos individuos diferentes con ideas diferentes.
    Continuar juntos es señal de placer y gratitud para con todos, entre el olor al café de la tarde y los pinceles.
    Reconstruyo en mi mente el ambiente que dio pie a ¿Educar, enseñar, transmitir? Le pongo cara a cada una de las mujeres de las que se habla. Porque sé de sus trayectorias, de su forma de pensar, de sus inquietudes, de sus logros, de sus desvelos. Y las aplaudo porque ellas, a su manera, han roto barreras.

    Pilar Rodríguez Fernández

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