¿EDUCAR, ENSEÑAR,
TRANSMITIR…?
I - EDUCAR
En el inicio de mis breves
palabras de hoy, son protagonistas cinco mujeres que charlan mientras dibujan,
imaginan, pintan y disfrutan. Porque hace años que eligieron disfrutar
expresándose. Y porque disponen de sus territorios personales que han acotado
con decisión, esfuerzo y valentía, todas coinciden en lo mucho que han cambiado
las cosas para ellas, y cuando dicen “las cosas” se refieren a derechos básicos
que, y en esto también coinciden, podrían retroceder para las próximas
generaciones, porque el machismo y el tipo de sociedad que en muchas ocasiones
las ha perjudicado parecen recuperar fuerzas.
El mismo machismo que,
paradójicamente, fomentaban (y aún fomentan) las mujeres cuando educaban a sus
hijos en el natural derecho a ser servidos, mientras que para sus hijas lo
natural era servir. De manera que ellos podían desentenderse de todas las
tareas domésticas o, a lo sumo, colaborar a regañadientes en nimiedades, al
tiempo que ellas no tenían posibilidades de optar.
Una de las cinco mujeres,
la mayor, recuerda claramente, porque tal vez nunca pudo sobreponerse del todo
a aquella situación, como tuvo que sacrificar su libertad y sus intereses
personales al ser prácticamente obligada como hija a ocuparse de su madre viuda,
mientras que sus hermanos varones ni se plantearon que tuviesen que compartir
responsabilidades.
Por entonces, ellas eran
educadas por sus madres en las virtudes propias de su sexo: la cocina, la
paciencia, la limpieza, el punto, la obediencia, la costura, la comprensión, la
discreción, la plancha, la dependencia, las buenas formas y el sacrificio a la
hora de atender con especial dedicación a niños y enfermos, y de ocuparse con
generosidad de la salud de los ancianos.
Y cada una de las cinco
mujeres ha tenido o tiene que demostrar su generosidad a ultranza porque, ya se
sabe, los hombres no están capacitados para ejercer de cuidadores al tener
ellas arraigados instintos maternales que las hacen idóneas para esas tiernas
tareas.
Ellos, por su parte, también
eran educados por sus madres para ser inevitablemente descuidados, algo torpes,
impacientes, un poco brutos, naturalmente temperamentales y temerarios pero,
como ya señalé antes, incapaces de auto valerse en el ámbito doméstico.
De modo que cuando
nuestras cinco creativas mujeres critican, no sin razones, las pocas
habilidades masculinas, olvidan que en muchas ocasiones ellas las han
consentido dándolas por válidas y fomentándolas con su aceptación.
Mujeres educadas para la
virtud pasiva. Hombres educados para la fuerza y el autoritarismo.
Consecuencia: infinidad de mujeres y algunos hombres frustrados al no poder
asumir con éxito los roles impuestos por la férrea educación.
Porque no siempre se puede
acatar una realidad injusta, aunque sea válida para una mayoría que prefiere el
silencio y no acepta rebeldías que superen la edad de la adolescencia. Y la
cuestión es que la clase de rebeldías que suelen manifestarse en la madurez
aparecen como consecuencia de sucesivas experiencias conflictivas.
Es que la educación puede
ser muy poco objetiva y estar dirigida, intencionalmente, por los intereses y
los rígidos parámetros de una moral social prejuiciosa y represiva.
La mujer más joven
reflexiona que las cosas han cambiado para bien, que ha educado a sus hijas en
libertad y que siente que ha acertado pues ellas han respondido positivamente. Otra
de las mujeres se indigna ante la falta de responsabilidad y compromiso que comprueba
en algunos jóvenes, a los que nadie parece tener interés en educar, y recuerda
la madurez que le exigían a ella. ¿Pero qué sentido tiene insistir en la
educación cuando muchas veces prevalece la tendencia innata a la que es inútil
oponerse?, agrega otra de las mujeres con cierto pesimismo, para de inmediato
reclamar indignada que la mujer aún no ha conseguido su espacio real, en una
sociedad que continúa siendo dirigida por hombres que siguen imponiendo sus
criterios machistas de siempre.
Entre malos recuerdos y
renovadas expectativas, aceptaciones resignadas y rotundos rechazos,
sincerándose y emocionándose, a veces desilusionadas y al mismo tiempo siempre decididas
a seguir avanzando por la vida, las cinco mujeres continúan dibujando,
imaginando, pintando, disfrutando y recordando anécdotas de un tiempo pasado
que para ellas no siempre fue mejor, aunque el privilegio de crear, que no
todos comprenden ni valoran, sea un triunfo personal de cada una de ellas.
II – ENSEÑAR
“Libres son quienes crean,
no quienes copian y libres son quienes piensan, no quienes obedecen. Enseñar es
enseñar a dudar”.
Esta reflexión del
escritor uruguayo Eduardo Galeano (Montevideo, 1940-2015) inspira mis
siguientes palabras.
No dudo de la libertad que
ejercen quienes crean en oposición a quienes copian. Aún sin tener los recursos
necesarios, quien se atreve a crear un modesto dibujo anuncia que tiene una
necesidad imperiosa de transmitir, de establecer un diálogo, tal vez imperfecto
en un principio, que seguramente se irá enriqueciendo con el tiempo, el trabajo
y la experiencia. Pero quien copia renuncia desde el principio a expresarse
realmente y no confía en sí mismo, sobre todo si el profesor que lo guía
insiste en que trate de ejercer su creatividad intentando un dibujo espontáneo.
La cuestión es que,
posiblemente, el resultado de dicho dibujo no satisfaga las expectativas del
alumno ni de sus familiares y allegados porque, según ellos han aprendido, un
dibujo bien hecho es un dibujo que copia la realidad de la manera más fiel y
convencional posible, y únicamente la comprobación de este logro será una
demostración creíble de las habilidades del alumno y del profesor.
Es habitual aferrarse a
modelos que acepta la mayoría, pues las rutinas y el inmovilismo siempre
facilitan una aparente seguridad que protege de indeseables sobresaltos. De
modo que habrá que ser decidido, incluso valiente, para enfrentarse a la
opinión que todos apoyan. Pero vale la pena la duda cuando esta abre caminos y
enriquece la forma de pensar y sentir.
La duda suele ser el
inicio de la búsqueda. La búsqueda puede conducir a la necesaria modificación
de esquemas y, por consiguiente, de rutinas. Entonces se generan nuevas ideas,
las expectativas crecen con ímpetu y se actualizan conceptos estancados.
Que siempre haya alguien
que nos enseñe a dudar para mantener alerta nuestra libertad.
III - TRANSMITIR
La tarea de transmitir
nunca es fácil y tiene muchas exigencias, porque no resiste fórmulas ni
esquemas rígidos, porque no se transmite con imposiciones sino mediante un
diálogo abierto que debe adaptarse a las necesidades específicas de cada caso,
de cada persona, de cada alumno.
Para que la transmisión se
lleve a cabo es fundamental conseguir una comunicación fluida. Y para establecer
esta fluidez hay que observar, escuchar, comprender y, sobre todo, intuir.
Intuir lo interior que apenas se manifiesta, y que en muchas ocasiones suele
contradecir el discurso exterior, aparentemente claro y racional.
También es fundamental el
compromiso del alumno con el proyecto que le propone el profesor, o sea un
intercambio creativo y responsable de ambas partes para lograr el resultado más
óptimo posible.
El profesor debe estimular,
con propuestas previamente elaboradas, la creatividad y el entusiasmo del
alumno, y el alumno debe estimular, con sus respuestas a modo de avances y
renovadas búsquedas, la creatividad y el entusiasmo del profesor. Si una de las
dos partes pierde ímpetu la otra lo percibirá de manera inevitable, pues ese
ímpetu no puede suplirse con paciencia, aunque esta participe espontáneamente,
sin esfuerzos, en el proyecto común.
Es forzoso tener en cuenta
la edad, el nivel cultural, las circunstancias personales, el entorno familiar
y social, las expectativas con respecto al presente y al futuro de cada alumno,
pues cualquiera de estos aspectos puede interferir, retrasar, bloquear, e
incluso impedir totalmente el plan de trabajo acordado entre el alumno y el
profesor, aunque este parezca estar bien encauzado y en aparente progresión.
En el caso de la enseñanza
artística, que es mi actividad profesional, la edad puede ser un beneficio para el alumno que
comienza a estudiar dibujo y pintura en la infancia, pues jugando e imaginando
va desarrollando su capacidad creativa. Pero la impaciencia de unos padres que
pretenden resultados inmediatos y “exhibibles” puede ser nefasta y frustrar un
plan de estudios que, por el contrario, necesita el tiempo y la paciencia que
ellos se niegan a aportar influyendo negativamente, aún cuando se les explique
cuáles son las características específicas de la enseñanza infantil.
Semejante, y al mismo
tiempo diferente, es el caso de los adultos que pasan de los 30 años. El entorno
familiar y social comprende poco para qué necesitan aprender arte cuando ya
tienen la vida profesional más o menos definida, o en caso contrario justamente
por no tenerla: ¿qué sentido tiene perder el tiempo y el dinero en un
aprendizaje que no los beneficiará económicamente, al menos, a medio plazo?
El conflicto se acrecienta
cuando quien pretende estudiar arte es una mujer mayor de 50 años (los hombres
de esta edad lo intentan en rarísimas ocasiones), pues ahora la incomprensión
aumenta por parte de todos, sobre todo si sus hijos han decidido que ella se
debe a los nietos porque es natural que actúe como abuela vitalicia. Las
presiones del entorno serán directas o indirectas, pero constantes: ¿para qué a
tu edad?, ¿qué beneficios vas a obtener?, ¿no te parece que ya es un poco tarde
para estudiar? Y en el caso de que la “rebelde” se salga con la suya, no se la
tomará en serio y se considerará que su capricho sólo se trata de un “hobby”
circunstancial para distraerse. Por supuesto, el nivel cultural del entorno
facilitará más o menos la concreción del proyecto de la “rara” de turno.
En el caso del proyecto
infantil, la injerencia es la impaciencia de unos padres poco dúctiles; en los
casos de los adultos mayores de 30 o de 50 años, la injerencia es incomprensión
por prejuicio social o, específicamente, egoísmo familiar. En todos, el
desafortunado pragmatismo extremo de la sociedad actual suele actuar como
bloqueador al despreciar toda aquella actividad creativa que no signifique un
beneficio económico inmediato, o la posibilidad de un éxito o una popularidad
que devenga, al fin, en un éxito económico, aunque este no garantice ni calidad
ni talento en el resultado final.
La improvisación, el
oportunismo, la imitación más descarada, la vulgaridad y la ignorancia
satisfecha se mueven a sus anchas en esta época de profunda crisis de identidad,
en la que todos opinan como si en realidad fueran especialistas en todo. Los
que amamos la ardua tarea de transmitir, los que respetamos la creatividad
avalada por el trabajo constante, la investigación y la experimentación
profundas, rechazamos sin concesiones el mundo banal y mediocre que muchos se
empeñan en imponernos, justificándolo como consecuencia natural de una
evolución que nosotros sólo podemos valorar como penosa involución, como vacío.
Continuaré observando,
escuchando, analizando, tratando de comprender y de intuir para que el diálogo
de la transmisión sea posible. Para que niños, jóvenes y adultos de cualquier
edad, puedan decidir la experiencia del arte, no como pasatiempo, sino como
disciplina espiritual, como placer de los sentidos, como emoción interior, como
alegría, como grito de rebelión.
Ludwig Guttmann
El personaje que hoy he
elegido para destacar es el neurocirujano alemán LUDWIG GUTTMANN (1899-1980),
quien por su condición de judío tuvo que huir de la Alemania nazi para
establecerse en Gran Bretaña. En el hospital inglés de Stoke Mandeville
(Buckinghamshire) se especializó, a partir de 1944, en el tratamiento de las
lesiones medulares de combatientes de la Segunda Guerra Mundial.
Su inquietud por conseguir
que sus pacientes llegaran a reintegrarse en la sociedad, a pesar de sus graves
discapacidades, lo condujo a fomentar entre ellos la práctica de deportes como
el tiro con arco y el lanzamiento de jabalina. Ya en 1948, coincidiendo con los
Juegos Olímpicos de Londres logró organizar los primeros Juegos de Stoke
Mandeville con la participación de 16 pacientes (entre ellos 2 mujeres) del
hospital que dirigía y otros de un hospital de Richmond, certamen que volvió a
celebrarse los años siguientes con una mayor cantidad de deportistas. Hasta que
en 1959 los participantes fueron 360 provenientes de 20 países.
En 1960, los
entonces denominados International Stoke Mandeville Games se celebraron en Roma
de forma oficial, siendo considerados como los primeros Juegos Paralímpicos.
Pero aún hubo que esperar a los Juegos
de Seúl (Corea del Sur), en 1988, para que los Juegos Paralímpicos se
realizaran como en la actualidad, a continuación de los Juegos Olímpicos, en la
misma ciudad que estos y utilizando las mismas instalaciones.
El próximo paso será la
realización simultánea de ambos juegos para que el entonces audaz y poco
comprendido proyecto del doctor Ludwig Guttmann se concrete definitivamente: la
inserción total de las personas con discapacidades graves en la sociedad.
Necesitamos muchas
personas como Ludwig Guttmann dispuestas a colaborar para crear un mundo mejor.
Y recuerden que los Juegos
Paralímpicos de Rio de Janeiro han comenzado el 7 de septiembre para concluir
el 18 del mismo mes. En esta ocasión se batirán records de participantes (con
discapacidades visuales, físicas, intelectuales, o con parálisis cerebral), que
serán 4.350 de 175 países, y practicarán 22 deportes.
Tenemos la posibilidad de
apoyarlos, admirarlos y reflexionar.
Roberto Fontanarrosa
El autor que he elegido
hoy es el popular humorista gráfico y escritor argentino ROBERTO FONTANARROSA
(Rosario, Santa Fe, 1944-2007), cálida y sencilla persona a la que conocí con
motivo de la exposición de mis pinturas en una sala de arte de la ciudad de
Rosario.
Esta selección de sus
obras es mi modesto homenaje.
DESTINO DE MUJER
Aquellos que
conocieron un Rosario pecaminoso, un Rosario receptor de mujeres de todo el
mundo que llegaban a Pichincha para ejercer su triste e infame comercio, no pueden
olvidar a María Antonia Barrales.
María Antonia Barrales
era un hombre de postura arrogante, corto de palabras y rápido para la acción.
Se había acostumbrado a la violencia y convivía con ella desde muy pequeño. No
era extraño; había nacido en un conventillo de calle Urquiza, donde calle
Urquiza cae hacia el río y transitó una infancia libre y difícil donde aprender
a defenderse era primordial. Los carreros que salían con las chatas desde los
almacenes de Rosenthal lo vieron trenzarse a golpes y ladrillazos con el
piberío.
Casi siempre por la
misma causa; la feroz burla que causaba su nombre: María Antonia Barrales.
El culpable había sido
su padre, pero nadie le daba tiempo para explicarlo. Nadie le creía cuando él
contaba que don Simón Barrales anheló siempre tener una hija. Y que había
decidido que llevaría por nombre María Antonia. La madre de don Barrales, una
genovesa terca y trabajadora, insistía en que debían ponerle
"Enrica". Y los sucesos se precipitaron, faltando dos meses para que
la mujer diese a luz, la policía descubrió que don Simón Barrales robaba kerosén,
naftalina y cueros de los almacenes de Rosenthal, donde trabajaba. Descubierto
el hombre debió huir. Pero antes, empecinado, cumplió su sueño. Fue al registro
civil y anotó a su próximo hijo con el nombre de "María Antonia
Barrales". Adujo que de la misma forma en que hay niños que se anotan
mucho después de nacidos, así como hay criaturas que van solas a registrarse,
él usufructuaba el derecho de anotarla antes.
Además, descartaba el
riesgo de que su mujer se saliera con la suya de bautizarla con un nombre
itálico.
Y así creció María
Antonia, debiendo hacerse respetar a golpes de puño, puntapiés y adoquinazos.
Le soliviantaba hasta
la exasperación al muchacho que lo llamasen "María Antonia". Pidió al
principio que le dijesen "María" y, más tarde y cansado de luchar,
"Nené". Pero no hubo caso. Creció y se hizo hombre con ese baldón,
con esa marca que traía desde la cuna.
Pero no era siempre
gratuito llamarlo así. Una vez, en un baile en uno de los piringundines del
Bajo, en la "Parrilla-Dancing La Guirnalda" de don Saturnino Espeche,
María Antonia Barrales se enojó, no quiso que un engominado compradito venido
del San Nicolás le gritara su nombre en medio de la pista. María Antonia sacó
un revólver y le pegó tres tiros al atrevido. Le dieron cuatro años. Pero el
juez actuante en la causa dictaminó que debía purgarlos en la Cárcel de
Mujeres.
La cosa fue en los
Tribunales viejos de Córdoba y Moreno y hay gente que se acuerda todavía. María
Antonia elevó su voz de tenor en la protesta: él no quería ir a la Cárcel de
Mujeres. El juez aceptó escucharlo, pero miró la partida de nacimiento y fue
muy claro:
—Acá usted figura como
María Antonia Barrales, caballero —le dijo, mostrando los papeles—. Persona de
sexo femenino.
María Antonia en su
ofuscación, perdió la línea. Sin dar tiempo de nada a los guardias, se bajó los
pantalones y mostró su hombría.
Le recargaron la pena
en dos años por exhibición obscena frente a un juez de la Nación.
Cumplió su condena en
la Cárcel de Mujeres y volvió a la libertad.
Trabajó como estibador,
carrero y matarife en el frigorífico de Maciel. Cada tanto retornaba a la
cárcel por trenzarse en peleas a causa de su nombre. Fue en una de esas peleas
que reparó en él don Teófilo Carmona, el caudillo radical, patrón y soto de
barrio Triángulo. Lo sacó de la cárcel y lo tomó como guardaespaldas. En cien entreveros
María Antonia hizo derroche de coraje, sangre fría y hasta crueldad innecesaria.
Pero todo fue inútil.
El estigma de su nombre volvía sobre él, como una enfermedad recurrente. Y se
dio por vencido.
Dejó el revólver, se
apartó del cuchillo, y se casó con don Teófilo que desde tiempo atrás venía
proponiéndole una vida más tranquila en los patios silenciosos de su casa solariega.
Allí
cuidó niños ajenos, aprendió secretos de la cocina criolla y tejió para afuera.
Roberto Fontanarrosa
Del libro «Los trenes matan a los autos», Ed. de la
Flor, 1997.
.
A medida que voy leyendo viene a mi mente la imagen de una tarde de sábado cualquiera, la de tantos sábados. Todos, desde hace ya muchos años. Creciendo semana a semana al olor a óleo, al calor de sus colores, al abrigo de las palabras espontáneas, de las reflexiones y de los silencios. Estrechando lazos al resguardo de lo que nos une: el arte y la creatividad.
ResponderEliminarDe incertidumbre fueron los primeros pasos, ajenos al tiempo que permaneceríamos. Y nos fuimos quedando. Aquí encontramos nuestro espacio común. Quizá porque nunca tuvimos pretensiones económicas continuamos creando en libertad, receptivos a la ayuda de nuestros mentores, a sus conocimientos, a su experiencia, a su sensibilidad. Ellos nos cierran las puertas del miedo e intentan servirnos de guía en el que intuyen es nuestro camino personal.
La fortuna primera fue coincidir en el tiempo y en el espacio. Después el haber encontrado nuestro hueco para el intercambio, para el respeto, las dudas y las emociones.
El tiempo nos ha traído altibajos, idas y venidas, encuentros y desencuentros. Porque somos individuos diferentes con ideas diferentes.
Continuar juntos es señal de placer y gratitud para con todos, entre el olor al café de la tarde y los pinceles.
Reconstruyo en mi mente el ambiente que dio pie a ¿Educar, enseñar, transmitir? Le pongo cara a cada una de las mujeres de las que se habla. Porque sé de sus trayectorias, de su forma de pensar, de sus inquietudes, de sus logros, de sus desvelos. Y las aplaudo porque ellas, a su manera, han roto barreras.
Pilar Rodríguez Fernández