LAS BREVES PALABRAS XLV





EL FUTURO


“Los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay”.

José Saramago



Las palabras de Saramago dan lugar a la reflexión, en esta época en la que el optimismo es casi una obligación o una imposición más del feliz sistema consumista que nos manipula mediante las numerosas vías de difusión global. Y estoy seguro que Saramago no apoyaba a una sociedad deprimida y amargada, pero sí más sensible y comprometida con el “hoy”, que en realidad es el “futuro” que estamos construyendo con nuestras decisiones o con nuestra indiferencia. Por supuesto que la indiferencia también es una decisión.

Mientras tanto, el tiempo continúa con su inexorable ritmo y no se detiene por ningún motivo, suponiendo que el tiempo exista y no sea una invención humana para clasificar, limitar e imponer pautas, por lo general rígidas, a eso que llamamos vida.

La cuestión, es que en la época del “optimismo” encuentro cada vez a más gente que no cree en el futuro que venden diariamente los “expertos”.  No hay duda de que los avances tecnológicos son reales: se pueden comprobar en la medicina, en los transportes, en ingeniería, en la variedad de artilugios para facilitar las tareas domésticas, pero ¿quiénes tendrán acceso a estos avances y quiénes no y por qué?



En cuanto a la comunicación, es evidente la facilidad que tenemos para recibir y enviar veloces mensajes desde y hacia casi cualquier sitio del planeta, ¿pero esto indica que estamos realmente mejor comunicados? Hay muchas personas que sienten la falta de diálogo, de la voz en directo, de la cercanía y la inmediatez del otro. Hay demasiada gente conectada a una pantalla que ya no mira a los ojos. Que no tiene nada que decir. Que consume imágenes de manera mecánica y las olvida de inmediato para suplantarlas por otras que otra vez de inmediato olvidará. ¿Y qué valor, qué sentido tiene la amistad de centenares de amigos virtuales?: ninguno o el mismo valor que el de las imágenes olvidables.

Mientras tanto, la contaminación atmosférica afecta la salud de miles de habitantes de las principales ciudades del mundo; 

la Antártida pierde hielo seis veces más rápido que hace cuarenta años; 

el mar está transformándose en un cementerio de plástico;

¿a quién le importa el conocimiento y la cultura si no son útiles para obtener beneficios económicos?;

la venta de armas es un negocio cada día más rentable, y sólo compite en envergadura con la prostitución y las drogas;



la tortura, la reclusión forzada por ideas políticas y la pena de muerte siguen vigentes en numerosos países (olvidada y en muchos casos desconocida la Declaración Universal de los Derechos Humanos…);

la recientemente anunciada extinción de los insectos en un futuro cada vez más próximo, no afectará sólo a la polinización de las plantas sino también a la alimentación de los pájaros y a la supervivencia de la tierra que pisamos;

el Vaticano reconoce como cierto el frecuente abuso de niños y la violación de monjas por los mismos religiosos integrantes de la institución;

los millones de migrantes y refugiados que huyen de la miseria y de la violencia no dejan de crecer en todo el mundo;

¿la ética?, ¿qué es la ética?;

¿hay algún político que se sacrifique por beneficiar a la comunidad que representa?;

los efectos del cambio climático van a influir en todos los aspectos de nuestras vidas, creamos o no en ellos, antes o después y por largo tiempo;




los derechos y libertades propios de la justicia y la democracia se debilitan y van perdiendo su fundamental razón de ser, por la que se ha luchado durante siglos; 

se estimulan las fobias (xenofobia, homofobia, racismo) y aumenta la intolerancia contra los que no responden a los cánones establecidos por la sociedad más conservadora y convencional;

vuelve el apogeo de los nacionalismos y las patrias excluyentes que tan feroces guerras han provocado desde la antigüedad, justo ahora en que deberíamos trabajar todos unidos para construir una verdadera sociedad global que nos una en vez de aislarnos para no repetir los penosos errores del pasado;

se adoptan las modas superficiales y pasajeras, se acepta con entusiasmo lo más vulgar y mediocre, pero se evitan las transformaciones que exigen cambios profundos y enriquecedores en el interior de cada persona;

¡hay que divertirse, hay que pasarlo bien!: son las consignas más recurrentes;

pensar no es saludable;

rebelarse contra tanto egoísmo y arbitrariedad es, para muchos, anacrónico;




protestar, oponerse, ser crítico, ser consciente de lo que estamos destruyendo día a día sólo con nuestro silencio debería ser nuestra responsabilidad vital fundamental, aunque nos tilden de negativos, agoreros, exagerados, aburridos y pesimistas;

podemos llegar a la conclusión de que la Historia ha sido siempre pendular, pero no debemos aceptarlo con resignación, como si de un designio inamovible se tratara. 

Pretendíamos ser semidioses o al menos vistosos héroes de la modernidad, pero somos cada vez más dependientes de lo material que determina ya casi todas las acciones de nuestras vidas de esclavos.

¿Por qué no podemos ser justamente nosotros los creadores, los transformadores positivos de la Historia? 

Hace tiempo que una supuesta nave espacial alargada se acerca a nuestro planeta, no se sabe si con el propósito de contactar amistosamente con nosotros, o por el contrario con la intención de colonizarnos para transformarnos en sucursal de vaya usted a saber qué macro empresa sideral en busca de materia prima y mano de obra barata. Muchos terrícolas niegan su existencia a causa de esa convicción soberbia y estúpida que los lleva a creer que somos los únicos inquilinos razonables del vasto universo. Otros la esperan ilusionados para que nos rescate del futuro que hemos construido con absoluta insensatez.


“Dentro de nosotros existe algo que no tiene nombre y eso es lo que realmente somos”.

José  Saramago.















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