LA
MEMORIA
La
afirmación de que “todo tiempo pasado fue mejor” puede resultar válida para
algunas personas que deciden estancarse en una época que les brindaba
protección y estabilidad. No piensan lo mismo las que aceptan la vida como una
experiencia siempre cambiante y renovadora.
Yo
considero que somos ante todo presente, realidad inmediata que se transforma en
pasado, también de inmediato, para que podamos percibir que vamos andando; que
nos construimos sobre el tiempo que no regresará. El tiempo, que dibujará
nuestra memoria hecha de percepciones, experiencias y conocimientos, que
aparentemente se registrarán con formas, colores, sentidos, olores o sonidos correspondientes a cada momento.
Pero
el mismo natural e inevitable paso del tiempo matizará lo que parecía ser indiscutible.
Y surgirán las dudas. ¿Habrá sido tan grande la casa de la infancia a la que no volvimos
nunca? ¿Era rojo o azul aquel oso de peluche o ni siquiera era un oso? ¿Conocí
el mar antes o después de los cinco años? ¿Cuál fue el primer libro de cuentos
que leí o me leyeron? ¿Cómo se llamaba mi primer amigo?
Para
aclarar estas dudas se podrá recurrir a la opinión de familiares y amigos, que
podrían afirmar que el oso, en realidad, era un perro verde y no de peluche, o
un gallo negro con cresta de lunares anaranjados, o un bicho indefinido de tela
plástica… ¿Conocí el mar con Arturo, mi primer amigo…o no fue con él sino con
mi primo Aníbal que siempre se vestía de blanco?
Instalada
la duda, sería conveniente no seguir indagando pues podríamos querer recordar
nuestras primeras experiencias sentimentales y sucedernos lo mismo que con el
oso.
De
modo que la fiabilidad de nuestra memoria es bastante relativa, y los sucesos
que conforman nuestro pasado pueden no responder siempre a la verdad que
suponemos. También debemos tener en cuenta los numerosos “olvidos”, conscientes
e inconscientes, que solemos utilizar como coartadas para censurar situaciones
traumáticas que no podemos superar.
Otros
“olvidos” sirven para no afrontar responsabilidades, para evitar compromisos,
para no esforzarse, para no tener que mentir con excesivo descaro. Todos estos
“olvidos” son muy habituales en el mundo de la política y alrededores. Allí
donde se juegan poderes económicos que pueden depender de la exaltación de
fanatismos, resentimientos históricos o discursos demagógicos. Allí donde la
generosidad no tiene espacio, e influir alevosamente en la mentalidad del
pueblo puede ser fundamental en el devenir histórico.
Son
frecuentes también, por el contrario, aquellas personas que hacen alarde de una
memoria casi patológica capaz de reproducir con puntos y comas rencores,
envidias, ofensas, fechas y diálogos que cultivan minuciosamente para recitar
con la mirada indignada, y como si fuese la primera vez, en cuanto surge la
ocasión de contar con cualquier interlocutor desprevenido.
Otros
tipos de memorias, menos malignas que las anteriores, pero igualmente
insoportables, son las de los poetas que a modo de rancios juglares están
siempre dispuestos a recitarnos, con exaltado apasionamiento y en cualquier
lugar, sus obras completas; o las memorias que disponen de una amplia variedad
de citas famosas para decorar con su egocentrismo una conversación; o las que
actúan como una enciclopedia ambulante para demostrarnos con fingida humildad la
densidad de sus conocimientos; y qué decir de las que conocen los refranes
apropiados para cada estación del año y cada comportamiento moral.
Y
cómo olvidar las pesadísimas anécdotas competitivas que relataban, con
entusiasmo y sin la menor consideración, los protagonistas del servicio militar
obligatorio, que felizmente pertenecen casi al remoto pasado, aunque de pronto
podrían actualizarse por circunstancias de fuerza mayor no previstas.
Hasta
no hace mucho tiempo las fotografías tradicionales (también llamadas analógicas
en la actualidad) eran memorias que se guardaban con celo, con cariño y hasta
se heredaban, porque sentíamos que en ellas podíamos revivir realmente momentos,
personas, emociones valiosas y escogidas del pasado que no volvería. Entonces,
una breve pero cuidada selección de imágenes de cada acontecimiento era
importante para nuestra memoria. Era nuestra memoria, la de nuestros padres o
la de nuestros abuelos, una memoria íntima.
Hoy
prevalece la memoria digital, por lo general muy poco selectiva. Se toman
docenas de fotos de lugares turísticos sin percibirlos realmente, sin
experimentarlos ni llegar a emocionarse por sus bellezas o singularidades. Por
motivos de tiempo y también de insensibilidad estética se le da poco o ningún valor
a los encuadres que ni siquiera se seleccionan. Prima la cantidad e importa
poco la calidad y mucho menos la captación de lo sugerente, lo no evidente.
Sucede otro tanto cuando se trata de fotografiar un cumpleaños o cualquier otro
acontecimiento.
Así
la memoria es un amontonamiento difuso que mezcla sucesos sin el menor criterio,
algunos ya poco identificables, que se olvidan o incluso se borran rápidamente
para que haya espacio libre para lo que vendrá. Una memoria que se difunde
indiscriminadamente a través de las redes sociales impidiendo la menor
intimidad.
Recientemente
alguien lloraba la destrucción de sus últimas memorias al perder su teléfono
móvil. En contados segundos habían desaparecido sus recuerdos, que de todos
modos ya había comenzado a olvidar, en el pringoso fondo de un inodoro de uso
público.
Selección de humor gráfico de Mordillo (Guillermo Mordillo Menéndez, Argentina, 1932 - Palma de Mallorca, España, 2019).
Mordillo
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