LAS BREVES PALABRAS XLVI




LA MEMORIA 


La afirmación de que “todo tiempo pasado fue mejor” puede resultar válida para algunas personas que deciden estancarse en una época que les brindaba protección y estabilidad. No piensan lo mismo las que aceptan la vida como una experiencia siempre cambiante y renovadora. 

Yo considero que somos ante todo presente, realidad inmediata que se transforma en pasado, también de inmediato, para que podamos percibir que vamos andando; que nos construimos sobre el tiempo que no regresará. El tiempo, que dibujará nuestra memoria hecha de percepciones, experiencias y conocimientos, que aparentemente se registrarán con formas, colores, sentidos, olores o sonidos correspondientes a cada momento.

Pero el mismo natural e inevitable paso del tiempo matizará lo que parecía ser indiscutible. Y surgirán las dudas. ¿Habrá sido tan grande la casa de la infancia a la que no volvimos nunca? ¿Era rojo o azul aquel oso de peluche o ni siquiera era un oso? ¿Conocí el mar antes o después de los cinco años? ¿Cuál fue el primer libro de cuentos que leí o me leyeron? ¿Cómo se llamaba mi primer amigo?

Para aclarar estas dudas se podrá recurrir a la opinión de familiares y amigos, que podrían afirmar que el oso, en realidad, era un perro verde y no de peluche, o un gallo negro con cresta de lunares anaranjados, o un bicho indefinido de tela plástica… ¿Conocí el mar con Arturo, mi primer amigo…o no fue con él sino con mi primo Aníbal que siempre se vestía de blanco? 





Instalada la duda, sería conveniente no seguir indagando pues podríamos querer recordar nuestras primeras experiencias sentimentales y sucedernos lo mismo que con el oso.

De modo que la fiabilidad de nuestra memoria es bastante relativa, y los sucesos que conforman nuestro pasado pueden no responder siempre a la verdad que suponemos. También debemos tener en cuenta los numerosos “olvidos”, conscientes e inconscientes, que solemos utilizar como coartadas para censurar situaciones traumáticas que no podemos superar.

Otros “olvidos” sirven para no afrontar responsabilidades, para evitar compromisos, para no esforzarse, para no tener que mentir con excesivo descaro. Todos estos “olvidos” son muy habituales en el mundo de la política y alrededores. Allí donde se juegan poderes económicos que pueden depender de la exaltación de fanatismos, resentimientos históricos o discursos demagógicos. Allí donde la generosidad no tiene espacio, e influir alevosamente en la mentalidad del pueblo puede ser fundamental en el devenir histórico.

Son frecuentes también, por el contrario, aquellas personas que hacen alarde de una memoria casi patológica capaz de reproducir con puntos y comas rencores, envidias, ofensas, fechas y diálogos que cultivan minuciosamente para recitar con la mirada indignada, y como si fuese la primera vez, en cuanto surge la ocasión de contar con cualquier interlocutor desprevenido.




Otros tipos de memorias, menos malignas que las anteriores, pero igualmente insoportables, son las de los poetas que a modo de rancios juglares están siempre dispuestos a recitarnos, con exaltado apasionamiento y en cualquier lugar, sus obras completas; o las memorias que disponen de una amplia variedad de citas famosas para decorar con su egocentrismo una conversación; o las que actúan como una enciclopedia ambulante para demostrarnos con fingida humildad la densidad de sus conocimientos; y qué decir de las que conocen los refranes apropiados para cada estación del año y cada comportamiento moral.

Y cómo olvidar las pesadísimas anécdotas competitivas que relataban, con entusiasmo y sin la menor consideración, los protagonistas del servicio militar obligatorio, que felizmente pertenecen casi al remoto pasado, aunque de pronto podrían actualizarse por circunstancias de fuerza mayor no previstas.

Hasta no hace mucho tiempo las fotografías tradicionales (también llamadas analógicas en la actualidad) eran memorias que se guardaban con celo, con cariño y hasta se heredaban, porque sentíamos que en ellas podíamos revivir realmente momentos, personas, emociones valiosas y escogidas del pasado que no volvería. Entonces, una breve pero cuidada selección de imágenes de cada acontecimiento era importante para nuestra memoria. Era nuestra memoria, la de nuestros padres o la de nuestros abuelos, una memoria íntima.





Hoy prevalece la memoria digital, por lo general muy poco selectiva. Se toman docenas de fotos de lugares turísticos sin percibirlos realmente, sin experimentarlos ni llegar a emocionarse por sus bellezas o singularidades. Por motivos de tiempo y también de insensibilidad estética se le da poco o ningún valor a los encuadres que ni siquiera se seleccionan. Prima la cantidad e importa poco la calidad y mucho menos la captación de lo sugerente, lo no evidente. Sucede otro tanto cuando se trata de fotografiar un cumpleaños o cualquier otro acontecimiento.

Así la memoria es un amontonamiento difuso que mezcla sucesos sin el menor criterio, algunos ya poco identificables, que se olvidan o incluso se borran rápidamente para que haya espacio libre para lo que vendrá. Una memoria que se difunde indiscriminadamente a través de las redes sociales impidiendo la menor intimidad.

Recientemente alguien lloraba la destrucción de sus últimas memorias al perder su teléfono móvil. En contados segundos habían desaparecido sus recuerdos, que de todos modos ya había comenzado a olvidar, en el pringoso fondo de un inodoro de uso público.





Selección de humor gráfico de Mordillo (Guillermo Mordillo Menéndez, Argentina, 1932 - Palma de Mallorca, España, 2019).


Mordillo































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