LAS BREVES PALABRAS LV

 

 

SOMOS EL FUTURO - III

 

PREMONICIONES

 

Amílcar suele despertarse bruscamente, a veces a poco de haberse dormido o en diferentes momentos de la madrugada. En todos los casos lo invade la misma sensación opresiva cuyo motivo desconoce. Vuelve a dormirse casi de inmediato y olvida.

A Toña no le disgusta demasiado su trabajo. Es un trabajo, le pagan y ya está. Tiene costumbre de pensar poco y logra, sin proponérselo, un estado de relajación natural que la protege de conflictos. Mantiene una sonrisa poco definida e imperturbable, que parece serenar a los innumerables clientes que pasan constantemente frente a ella, según opinan algunas de sus compañeras, que la envidian en silencio. Suponen que su actitud es valorada por los jefes que, por el contrario, ignoran que Toña se llama Toña y que su sonrisa serena a los clientes. De notarlo, no sabrían como reaccionar pues no están adiestrados para enfrentar situaciones imprevistas de ese tipo.

La ansiedad emocional de Amílcar requiere de frecuentes dosis de dulces indiscriminados, pero dulces. Nunca se ha detenido ni se detendrá a analizar las causas de su ansiedad, que reconoce como emocional porque así la definió en una revisión rutinaria su médico de cabecera, que tampoco tenía claras las causas de su propia ansiedad.

Débora, una compañera pelirroja sin pecas, le envió desde su puesto un WhatsApp confiándole a Toña el temor que le producía la aparición de gordos por la zona. Hasta llegaba a sentir como un nudo en la garganta que le cortaba la respiración y le daban ganas de gritar, pero claro no podía. Días después, comprobó que su temor y el nudo en la garganta lo provocaba solamente la visión de gordos, nunca de gordas. Yo no sé qué pero es como si algo malo fuese a pasar, algo muy malo Toña, confirmó unos días después con otro insistente WhatsApp.

Como Toña pasaba siempre de las pelirrojas sin pecas pues le parecían poco dignas de confianza, olvidó pronto los absurdos temores de Débora, a pesar de que la parlanchina muchacha no dejaba de manifestarle que su reciente ansiedad ante los gordos iba en aumento día tras día. Pero Toña no entendía eso de la ansiedad, que a ella nunca le había pasado porque era, seguramente, algo propio de las pelirrojas sin pecas.

Las pesadillas imprecisas pero angustiantes continuaban persiguiendo a Amílcar que decidió consultar a una vidente, a un astrólogo y a una aplicación de su móvil, que no aclararon para nada su dilema. El aumento de la incertidumbre le exigió una sobredosis de dulces sobresaturados para mantener controlada la posibilidad de una crisis aguda.

Hasta que las compañeras envidiosas de Toña presenciaron el primer incidente en uno de los estrechos pasillos: una mujer había quedado momentáneamente aprisionada, aunque después de un breve forcejeo se había liberado. Casi nadie notó el suceso. Las envidiosas dijeron que siempre presintieron que podría suceder. La noticia estremeció la garganta de Débora que se apresuró a informar vía WhatsApp a Toña, que la miró desde lejos con sorna y le hizo notar que en ese momento no podía atenderla.

Una semana más tarde le tocó a Débora ser testigo del segundo incidente, nuevamente protagonizado por una mujer. Débora se impuso una difícil calma, evitó demostrar alarma y no hizo ningún comentario. Las envidiosas volvieron a asignarse capacidades premonitorias. Toña mantuvo su imperturbable sonrisa. Los jefes no percibieron el inminente peligro. No pasaba nada destacable fuera de lo normal. Además, que dos mujeres algo gordas se hubiesen quedado casualmente atrapadas en los pasillos era, en realidad, bastante lógico, pues estos se habían estrechado para ganar espacio, y también por motivos de seguridad para que los clientes no pudieran atreverse a pasar precipitadamente llevándose la compra sin pagar.

Amílcar avanza con lentitud. Últimamente se siente cada día peor. No sabe si es debido a la ansiedad emocional que le provoca pesadillas o a las pesadillas que le provocan ansiedad emocional o, simplemente, a los ciento treinta y tantos kilos que debe trasladar a cada paso que le provocan la ansiedad que le provoca las pesadillas que le provocan ansiedad.

A partir del grito confuso de Débora: ¡ese gordo es Él!, se precipitaron los acontecimientos. Porque a pesar de que nadie podía precisar en qué se diferenciaba “ese gordo” de los tantos que transitaban por el supermercado de lunes a sábado y de 10 a 22, “ese gordo” iba a desencadenar el caos con su volumétrico cansancio, y Débora lo sabía.

Amílcar, después de hacer abundante acopio de dosis anti ansiedad, se dirigió mecánicamente hacia el sector de las cajas, precisamente hacia la caja 4 que titilaba llamándolo desde el panel informativo. En fin, que todo se encadenaba con coherencia para que estallara el drama, ya que el número 4 es de mal augurio.

Cuando Amílcar penetró el estrecho pasillo de la caja 4 el silencio palpitante del súper fue, durante escasos segundos, apocalíptico. Lo quebró la desesperada carrera de Débora decidida a impedir que Amílcar se trabara en el estrecho pasillo, exactamente entre las barras que limitaban el espacio y la caja registradora que Toña, sin conseguir que su sonrisa serenara a Amílcar, abrazaba con un automático gesto protector. Pero ya todo era inútil. Débora intentó tironear hacia atrás, las envidiosas se empeñaron hacia fuera, otros presionaron hacia los lados, logrando entre todos que un arrebatado Amílcar se incrustara todavía más al tiempo que alguien reclamaba una grúa, otro una sierra y todos llamaban a gritos a los bomberos que tardaron demasiado en acudir.

Porque Amílcar comenzó a crujir y crujir en medio de gestos despavoridos y vanos intentos por librarse de su tremendo destino. Hasta que un líquido caliente, viscoso y dulzón estalló, salpicó y derrotó para siempre la sonrisa de Toña que, a pesar del horror generalizado, nunca dejó de proteger la caja registradora.

El súper cerró un par de días para borrar el escenario del caos. Los jefes fueron sustituidos por otros adiestrados para enfrentar situaciones imprevistas. Las envidiosas continuaron en sus puestos.  Toña ascendió rápidamente. De Débora no se supo nada.

Y Amílcar, que nunca conoció el origen de su ansiedad emocional, fue olvidado rápidamente.

 

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