LAS BREVES PALABRAS LVII

 

 

SOMOS EL FUTURO - IV  

 

LAS BUENAS MANERAS

 

Se habían educado con ciertos privilegios, en la escuela de un pueblo pulcro y discutiblemente elegante. Compartían con sus amigas anhelos de modas pasajeras, bailes y novios estables para ser exhibidos en el buen tiempo, que nunca era demasiado bueno.  Aunque había quienes aseguraban que no había sido así, desde siempre monótonas semanas de cielos plomizos se alternaban con semanas de persistentes pero indecisas lloviznas, que se alternaban con semanas de soles mezquinos cruzados por vientos cargados de eléctricos crujidos que provocaban ceños fruncidos, jaquecas y poco sentido del humor. Y es preferible no describir las características de lo que se definía con pesadumbre como mal tiempo.

Coincidiendo con las circunstancias climáticas, Genoveva y Patricia trataban de mantener una relación de amigas que perduraba con esmero desde la infancia a causa de las anécdotas que las unían, y se debilitaba  poco a poco, casi imperceptiblemente, año tras año, sobre todo desde que fueron intensificándose las tormentas de arena que en ocasiones casi llegaban a sepultar el pueblo.

Nadie sabía de dónde provenían, puesto que no existía ningún desierto en las proximidades ni más allá de cualquier horizonte conocido. Pero la arena castigaba la piel, irritaba los ojos, resecaba las bocas y no invitaba a salir excepto para cumplir con las actividades habituales o los compromisos inevitables. De manera que el aislamiento se imponía y se intensificaban los ceños, las jaquecas y el mal humor.

Y allí donde siempre habían reinado las buenas maneras, de pronto, se suscitaba la discordia, después una imprevista discusión, más tarde un violento enfrentamiento y, por fin, un execrable crimen. Al crimen seguía la reacción indignada de los familiares y amigos de las víctimas, que entre cielos de plomo, humedades persistentes, soles eléctricos y vendavales de arena cada vez más frecuentes se multiplicaban constantemente. Así víctimas y victimarios fueron ampliando el cementerio local y vaciando las viviendas que ya no eran pulcras ni elegantes, pues la arena que flotaba en la atmósfera se mezclaba con las lluvias, se transformaba en barro y lo manchaba todo.

Las familias de Genoveva y Patricia ya habían sido varias veces víctimas y victimarias, hasta el punto de no saber las jóvenes si les correspondía ser amigas o juradas enemigas. Decidieron que ante la confusión era inútil continuar apuntalando la amistad con anécdotas  del pasado. El presente anulaba cualquier posibilidad de modas, bailes y novios.

La arena acechaba pero no se anunciaba con antelación. Se tornaba más y más frecuente, más y más imprevista. Su huella permanecía, capa sobre capa, cubriendo la sangre de tanta violencia absurda. Capa sobre capa. Venganza sobre venganza. Los que habían emigrado ya no recordaban los motivos de las buenas maneras que tanta fama le habían dado al pueblo. Los pocos que no habían podido partir aseguraban que antes de la arena el clima era apacible y que en cualquier momento se normalizaría.    

 

  

 

1 comentario:

  1. Es la consecuencia de no poner punto final en las historias.
    Se revuelven con tormentas de arena,impidiendo el paso a nuevas historias.
    Bonitas metáforas Mario

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